¡Que te compres un sonotone!

Discapacidad

No puedo meterme en la piel de una persona con discapacidad auditiva, sus dificultades para comunicarse, para acometer las mil y una pequeñas acciones del quehacer diario

Una obra de teatro para sordos.
Una obra de teatro para sordos.

ESO mismo me gritaba un ciudadano el pasado fin de semana, cuando en defensa de mi comportamiento, ilógico por cierto, reclamaba una y otra vez que no había oído cuando supuestamente me apercibían de una infracción automovilística. Y es cierto, mi comportamiento, quizás no fue el más cívico, lo reconozco, y además de entonar el mea culpa con mi actitud, me lleve una lección sobre ciertas cosas que de vez en cuando uno olvida. Y olvida con demasiada frecuencia que vive en sociedad, rodeado de vecinos, de desconocidos que no deben sufrir las consecuencias de tus actos.

Consecuencias que más allá de este fortuito incidente se trasladan a cada acción de la vida diaria. Quizás todos podemos medir las consecuencias que generan nuestros comportamientos, e incluso somos capaces de entender, por tangibles, que nuestras acciones, más allá de beneficiarnos seguramente a nosotros mismos, pueden perjudicar a un número indeterminado de ciudadanos, que de forma violenta, injustificada, y ciertamente grotesca, sufren en mayor o menor medida incomodidades que nada tienen que ver con una razón lógica, sino más bien, basadas en el egocentrismo que practicamos casi todos en nuestro día a día.

Bastante menos visuales para la mayoría de nosotros son las consecuencias que generan nuestras inacciones. Por mucho que nos cueste entenderlo, los daños colaterales que generan nuestras omisiones de acción pueden ser mucho más gravosos que los que producen nuestras acciones.

Sencillamente, porque la inacción lleva aparejado un desconocimiento, o al menos eso quiero creer. Porque si no, dejaré de creerme algunos conceptos humanos y empezaré a tener que creer necesariamente en otros, quizás más basados en el realismo, pero que aún me cuesta entender.

Después de todo, la frase seguía martilleándome, filtrada desde el yunque y empujada por el estribo, llegó a mi mente.

¿Y si realmente no oí cuando me gritaban? ¿y si no pudiera oír por una discapacidad auditiva?

No existe ninguna norma de circulación que me prohíba conducir, por lo que el hecho hipotético que me rondaba la cabeza era totalmente factible. La repentina ausencia de sonidos a mi alrededor me generó cierta inquietud, y más que eso, me produjo una sensación de angustia preocupante.

Por un segundo me imaginé que la situación se prolongaba de modo indefinido, y la primera sensación de calma sonora se tornó en una incipiente preocupación. Porque la falta auditiva normalmente lleva aparejada una dificultad de comunicación verbal.

Entonces, mil acciones de mi vida diaria comenzaron a pasar rápidamente por mi mente. La claridad con la que una persona puede ver en su mente una acción que le genera angustia es verdaderamente asombroso. Ver un rato la televisión esta noche en casa, ir al cine con mi pareja, pedir la cena en un restaurante o simplemente preguntarle a alguien dónde está el Museo Picasso. No hablo de coger un taxi, ni de ir al médico, ni siquiera de comprar el pan, me quedé con las cosas que se pueden suprimir, que no son imprescindibles en nuestras vidas, por que no podría ponerme en la piel de las personas que tienen estas necesidades.

Nuestra falta de acción lleva aparejado cierto grado de desconocimiento, porque si no fuese así, no creo que permitiésemos que esto siga ocurriendo en pleno siglo XXI.

stats