El crimen organizado nórdico ahora estalla en la Costa del Sol

El patrón se repite: “Llegan sicarios desde su país, ejecutan y desaparecen”

Muere el joven de 25 años tiroteado mientras hablaba por teléfono en una terraza de Marbella

Lugar en el que ha ocurrido el tiroteo en Marbella

Era viernes, pasada las dos y media del mediodía, y la luz del Mediterráneo se reflejaba en los escaparates de las boutiques y en las copas de vino que tintineaban sobre las terrazas. Un joven hablaba por teléfono, relajado, vestido con ropa ligera, como quien apura los últimos días del verano. Nadie reparó en el hombre que se acercaba desde la esquina en avenida José Banús, en Marbella, y que, en apenas unos segundos, sacaría un arma para descerrajarle varios disparos, a corta distancia. La víctima se llamaba Hamza Karimi, tenía 25 años y era conocido en el panorama del gangsta rap sueco como Hamko. Había cumplido una condena por intento de asesinato en Estocolmo. Los medios nórdicos lo definían estos días como una figura emergente, tan popular como temida, un talento marcado por la agresividad de su entorno. Tras su muerte, la Costa del Sol volvía a estar en el punto de mira por la violencia del crimen organizado, que ahora confirma, también, la presencia de mafias nórdicas. “Aquí vienen muchos de ellos. Unos a trabajar, otros simplemente a disfrutar. Pero cuando sus objetivos bajan la guardia, cuando están relajados, los sicarios aprovechan para ajustar cuentas”, describe Mariló Valencia, representante del Sindicato Reformista de Policías (SRP).

El asesinato de Hamko, en Marbella, no ha sido el único reciente. El verano ya había empezado con sangre. El crimen de dos capos escoceses en una terraza de Fuengirola revelaba una cara nueva del narco europeo: clanes con conexiones internacionales y golpes de precisión milimétrica.

El mapa criminal también se ha ampliado ahora con la irrupción de mafias turcas en la región. El pasado mes de julio, la Costa del Sol se convertía en el campo de batalla de unos de los narcos más temidos de Turquía. Daltons vs Caspers. Dos clanes mafiosos de la generación Z, el nuevo relevo de la criminalidad organizada otomana. El presunto líder de los Daltons era abatido a tiros en el centro de Torrevieja, en la Costa de Alicante. Pocos días antes, en el parking de un supermercado de Estepona, otro conflicto armado entre mafias turcas activaba las alarmas de las fuerzas de seguridad.

El mapa criminal se expande, pero los recursos policiales, denuncian los sindicatos, no crecen al mismo ritmo

El joven sueco que el viernes acabó a tiros había llegado a Marbella unos días antes. Buscaba el sol, el descanso, el anonimato que ofrece el lujo discreto de la Costa del Sol. Su asesino, un ciudadano afgano de 38 años con nacionalidad sueca, fue detenido poco después del ataque. El juez ya ha dictado su ingreso en prisión. Las cámaras lo mostraban huyendo en un coche que la Policía Nacional localizó casi ipso facto. El crimen, a plena luz del día, encajaba en un patrón demasiado conocido para los agentes: ajustes de cuentas entre bandas extranjeras que se refugian en España para lavar dinero, traficar, o simplemente descansar entre guerras.

Mafias escandinavas, turcas y británicas...Las investigaciones de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado apuntan a guerras internacionales abiertas con ramificaciones en media Europa. Sin disputas de poder, la convivencia entre estos grupos suele ser pacífica. “Viven de forma tranquila, incluso cordial, siempre que no haya un vuelco entre ellos o la intención de quitarle el poder a otro grupo”, advierten expertos conocedores de esta guerra sangrienta. Pero la Costa del Sol, aquella postal de sol y golf, se erige, de nuevo, en un tablero de guerra.

La portavoz del Sindicato Reformista de Policías lo define como un auténtico “ecosistema delictivo”, donde cada grupo desempeña un papel específico. Cada organización se especializa: unos se dedican al transporte, otros a la logística o a buscar contactos. Entre ellos se complementan. “Son un ecosistema del crimen”, asevera.

Lo resumía con cierta ironía a las puertas del verano el comisario de la Brigada de la Policía Judicial de Málaga, Pedro Agudo, cuando el crimen organizado tenía aún reservado el asesinato a tiros de los dos gángsteres escoceses en el paseo marítimo de Fuengirola. “También a los malos les gusta venir a las mejores zonas del país. Y ésta es una de las mejores. “Hasta yo mismo, que soy gallego, he venido a la Costa del Sol destinado; será por la calidad de vida”, añadía.

El patrón se repite. Un ataque rápido, sin previo aviso, en un entorno público, con un tirador que no reside en España. “Se mueven por los mismos bares, los mismos círculos. Están como magnetizados. No se mezclan con la gente de aquí. Si son irlandeses, van a bares irlandeses; si son escandinavos, a los suyos. Y ahí se sienten intocables. “Los sicarios no viven aquí”, dice la investigadora. “No se encargan de los casos desde aquí porque no quieren ser localizados. Llegan, ejecutan y desaparecen”, apostilla.

El crimen, añaden otras fuentes policiales, podría estar relacionado con conflictos internos entre bandas suecas asentadas en España, facciones que mantienen sus negocios y rivalidades lejos de Estocolmo, pero que encuentran en el litoral andaluz un terreno fértil para el descanso, la logística y el lavado de dinero. “Esto no es de aquí. Son grupos de fuera que vienen unos días, se relajan... y aprovechan para resolver sus cuentas pendientes. Es el único momento en que bajan la guardia”, señala.

El paraíso en disputa. Desde el paseo marítimo de Marbella hasta las urbanizaciones de lujo de Estepona, la Costa del Sol sigue vendiéndose como un tesoro. Pero bajo esa superficie resplandece un subsuelo de mafias extranjeras, sicarios temporales y clanes sin bandera. “Habrá guerras en sus países, pero los ajustes se hacen aquí”, resume la policía.

Las bandas extienden sus tentáculos, pero los recursos policiales, denuncian los sindicatos, no crecen al mismo ritmo. “Los criminales conocen la situación”, denuncia la portavoz del Sindicato Reformista de Policías: “Saben que los policías aquí no tenemos jornada rígida. Somos policías las 24 horas. Pero necesitamos más efectivos. La presión es constante”.

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