Y, sin embargo, se verá
tribuna de opinión
El autor lanza una conclusión: "El paisaje pone a cada uno en su sitio"
Cuando en un ensayo científico los resultados obtenidos van en contra de la evidencia y del sentido común, la primera reacción del investigador consiste en revisar el planteamiento realizado o los datos introducidos, porque muy posiblemente se haya podido producir algún error. Nada de esto se ha llevado a cabo en la resolución de la Consejería de Medio Ambiente respecto a la evaluación ambiental estratégica del rascacielos del puerto. Al contrario. La evidencia del impacto paisajístico de este edificio ha sido minusvalorada de forma burda, como por ejemplo declarando que sería visible sólo "desde determinadas vistas o perspectivas". Esta afirmación no está respaldada por un estudio técnico específico; de hecho, el único informe de visibilidad realizado sobre el propio rascacielos, y que se ha aportado al expediente, concluye en un sentido diametralmente opuesto: la visibilidad del hotel sería amplísima, desde la ciudad, desde la bahía y desde buena parte de la provincia.
Este peculiar proceder (desdeñar datos que alertaban del impacto) se ha extendido a la mayor parte de los informes de las entidades consultadas, también críticos con el rascacielos. Paradójicamente, estas consultas fueron solicitadas por la propia Consejería, supuestamente para orientar el sentido de su resolución. Un caso llamativo es el del Colegio de Arquitectos. La resolución entra en una flagrante contradicción al argumentar que las zonas construidas no forman parte del medio ambiente (argumento de por sí antológico, que contradice la legislación ambiental), mientras al mismo tiempo se le pide consulta sobre la actuación al Colegio de Arquitectos. ¿A qué creerán que se dedican los arquitectos?
Recordemos que la resolución tenía por objeto escoger entre continuar por un trámite ordinario la evaluación ambiental o acabarla por la vía simplificada, decretando en este último caso la ausencia de impacto. Es importante recalcar que la continuación de la evaluación no hubiera implicado, en modo alguno, determinar taxativamente la existencia de impacto significativo, ni por tanto rechazar el rascacielos. La vía ordinaria significa, simplemente, que, ante los indicios de que pueda haber impacto, se determinaría la conveniencia de llevar a cabo un análisis más completo, sin presuponer su resultado final. En términos jurídicos, hubiera sido una tramitación mucho más garantista, incluyendo la necesaria participación ciudadana que el procedimiento simplificado no contempla.
Por si fuera poco, ante las críticas recibidas, se quiere hacer creer que constituye un documento de naturaleza estrictamente técnica, algo difícilmente concebible cuando en su redacción se afirma, por ejemplo, que las vistas afectadas por el impacto del rascacielos "son fácilmente modificables en función de la ubicación del observador". Esta conclusión, tan desatinada y fuera de lugar en un documento de esta naturaleza, no es propia de un técnico riguroso, experimentado e independiente, de los que con seguridad existen en la Consejería.
La consecuencia más directa es que la evaluación estratégica admite las dimensiones del rascacielos: esgrimir que se trata sólo de la evaluación del solar es rotundamente erróneo. Pero no es ésta, con su importancia, la peor consecuencia. Ésta trascendería al propio proyecto del rascacielos. La resolución, al segregar al medio construido del medio ambiente, y más exactamente al paisaje no totalmente natural, marca un criterio que vinculará a posteriores resoluciones ambientales; expresado en otros términos, sienta un precedente administrativo difícil de soslayar. Esto es algo que aprovecharán, sin duda, otros promotores inmobiliarios (excepto aquellos que valoran el input que el paisaje aporta a su producto), que se verán liberados del condicionante del impacto paisajístico si no construyen poco menos que en Doñana. Si la propia Administración, o los tribunales, no lo impiden, esta resolución supondrá un retroceso de 30 años en materia de paisaje y de medio ambiente, y una enorme pérdida de prestigio de la administración ambiental andaluza. ¿Merecía la pena esto?
Se corre el riesgo, además, de que el sacrificio de tan privilegiado enclave sea para nada. Me refiero al posible uso productivo del edificio. Voces cualificadas han advertido de la existencia de dudas sobre la viabilidad empresarial del posible hotel, en ese lugar, con precios altos y con tan elevado número de habitaciones. Incluso apuntan a la posibilidad de su parcelación futura como apartamentos de lujo. A lo mejor, ni eso. Hace unos días, en el XXV Congreso de Geógrafos Españoles, Saskia Sassen, prestigiosa socióloga, experta en urbanismo y premio Príncipe de Asturias de Ciencia Sociales, alertaba sobre un proceso que se está experimentando en diversas metrópolis mundiales: la adquisición de edificios emblemáticos, muchos de ellos rascacielos, con fines especulativos. Hizo referencia al asombroso crecimiento de la inversión extranjera en activos inmobiliarios en grandes metrópolis, ofreciendo un dato revelador: Qatar posee más propiedades en el centro de Londres que la propia familia real inglesa (leo en la prensa inglesa que incluso más que el propio Ayuntamiento o que su empresa de transportes). Explicó que algunas de estas operaciones, impulsadas por fondos de inversión y empresas opacas, actúan vinculadas a productos financieros complejos. La particularidad de estos movimientos especulativos es que los edificios no necesitan ser puestos en uso, tienen valor por sí mismos y por eso muchas veces se encuentran, total o parcialmente, vacíos, generando, eso sí, importantes problemas en ciudades como Londres.
¿Puede responder a este modelo el rascacielos del puerto? No lo sabemos, y si lo fuera, no nos enteraríamos con antelación. Pero, por una razón (viabilidad hotelera) u otra (movimiento especulativo), el riesgo de que, en el caso de que se terminara construyendo, nos encontráramos a medio plazo con un edificio vacío o semivacío no se debe desdeñar. Las administraciones responsables deberían tomar medidas para impedir radicalmente esta posibilidad. Lo que sí sabemos con seguridad es que el rascacielos, vacío o lleno, se verá. O más exactamente, se vería, vaya si se vería. El título de este artículo parafrasea un comentario atribuido a Galileo, refiriéndose al movimiento de la Tierra, y realizado justo después de haber renunciado, obligado por la Inquisición, a la teoría heliocéntrica: "y sin embargo, se mueve". No hace falta tener la talla científica de Galileo para comprobar que el rascacielos sería muy visible, es una evidencia hasta para sus partidarios, que lo venden como un hito. Por supuesto, su visibilidad se puede calcular de forma rigurosa. En un procedimiento automatizado que se ha realizado, y que consta en el expediente de la evaluación ambiental, se constata que el rascacielos sería visible desde el 13% de la provincia de Málaga. Pero la evidencia de su impacto se puede intuir más fácilmente. Basta con asomarse a la bahía, o a cualquier lugar de la ciudad con vistas a la misma, y hacer mentalmente sencillas comparaciones. Cualquier ciudadano puede ponerlo en práctica. El paisaje, para lo bueno y para lo malo, es muy democrático. Y pone a cada uno en su sitio.
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