Quién heredará Málaga
Calle Larios
Quizá la mayor sensación de fracaso tiene que ver con la entrega en relevo de Málaga a quienes no podrán vivir en ella, a quienes ya se sienten excluidos de todo lo que tendrá que ver con su futuro inmediato
Eichmann en Málaga
Hace unos días tuve un cordial reencuentro con una compañera de oficio a la que hacía ya muchos años que no veía. Tan prolongado paréntesis tiene una explicación: hace algo más de una década, cansada de no encontrar oportunidades profesionales en su ciudad, mi compañera decidió probar suerte en Madrid, donde ha residido hasta hace unos meses. No mucho después de instalarse en la capital del reino logró abrirse camino en el medio televisivo y allí que se quedó para hacer carrera, con notable éxito. Hace cosa de un año, todo parecía sonreírle con un trabajo estable, un buen salario y un piso ubicado en una de sus zonas favoritas de Madrid, donde se instaló en régimen de alquiler. Sin embargo, el propietario de la vivienda decidió aplicar una subida exponencial y mi compañera se encontró con que ya no podía costearse el alquiler. Mi compañera tiró entonces de experiencia e hizo sus cuentas: para entonces, consideró que le resultaba mucho más rentable vivir en Málaga, donde podía desarrollar sus tareas de producción sin problema, y viajar a Madrid una o dos veces por semana para cumplir con los compromisos profesionales que requerían su presencia, antes que desembolsar la cantidad exigida por su casero. Tomó así la decisión de volver, pero se topó con otro revés: su sueldo tampoco le alcanzaba para encontrar vivienda en Málaga. Las dificultades que se le presentaban y los precios que se le reclamaban eran tanto o más difíciles de solventar que en Madrid. De modo que tuvo que volver a casa de sus padres después, insisto, de una trayectoria de éxito en la televisión y de una reputación profesional fuera de duda. Sus padres son propietarios a su vez de un piso en el centro de Málaga que mantenían alquilado y unos meses después, cuando finalizó el contrato y se marchó el inquilino, decidieron dejárselo a su hija para que pudiera instalarse por su cuenta. Seguro que todo esto les suena de algo. Por más que nuestro alcalde insista, no siempre haber estudiado garantiza el acceso a una vivienda en Málaga.
No hace mucho, Jorge Dioni, seguramente quien más y mejor ha escrito sobre la capitalización mercantil de las ciudades en los últimos años, apuntó que, tras un largo periodo productivo, España ha vuelto a una economía de herederos similar a la que cundió a comienzos del siglo XX. La nueva edición del Informe Foessa de Cáritas, presentada hace unos días, señala que, por primera vez desde hace un siglo, las generaciones de jóvenes españoles viven en peores condiciones y con menos recursos que sus padres. En la presentación del informe, Raúl Flores, coordinador de la publicación, se refirió al derecho a la vivienda como “un derecho fake”. Flores (reproduzco las declaraciones recogidas en el semanario Alfa & Omega) hacía al respecto un análisis significativo: “La vivienda es hoy el factor que está reconfigurando activamente nuestra estructura social, expulsando a uno de cuatro hogares de una vida digna, y triturando el difícil equilibrio de las clases medias”. Y añadía: “España atraviesa un proceso inédito de fragmentación social: la clase media se contrae desplazando a muchas familias a estratos inferiores”. Sospecho que bajo la denominación clases medias, tan alegremente divulgada, se esconden realidades económicas mucho más frágiles, pero, en todo caso, la advertencia de Flores nos sirve para admitir que eso que seguimos llamando clase media es a la vez, cual gato de Schrödinger, causa y efecto de la exclusión social. A los que tenemos que trabajar para vivir nos queda el consuelo de la clase obrera, pero no lo diga usted muy alto, vaya a ser que algún librepensador se ofenda.
Pero sí, creo que lo de la contracción de las clases medias se explica mejor en clave generacional. En el litigio entre padres e hijos uno milita del lado de los padres, pero por muy poco: mi mujer y yo pudimos hipotecarnos y comprar nuestra vivienda justo antes del estallido de la burbuja inmobiliaria, cuando un servidor ganaba bastante menos que ahora, lo que por otra parte es lógico. Sin embargo, hoy no podríamos hacer frente, de ninguna manera, al coste de una vivienda como la nuestra. Nuestra hija entrará a la universidad el curso próximo y sus pasos parecen buscar su futuro fuera de Málaga, aunque a sus padres nos gustaría que tuviera la oportunidad de instalarse aquí, en ese mismo futuro, porque le apeteciera o porque sus pasos, como le sucedió a mi antigua compañera, la trajeran de vuelta. Mi hija pertenece a esa generación de herederos que viven peor que sus padres, con lo que, si la situación no cambia, será la misma casa en la que ha crecido la que la acoja si en algún momento regresa. Lo más desconcertante de todo esto es, sin embargo, lo lejos que sigue estando la vivienda, el problema más grave al que nos enfrentamos, de los debates políticos y sociales, de las tribunas periodísticas y culturales, de los diagnósticos filosóficos y, claro, los programas municipales. Como si no fuera con nosotros. Hay mucho más interés puesto en ganar la batalla ideológica de turno que en facilitar la vida a las personas. Ante conclusiones demoledoras como la del Informe Foessa prevalece nuestra capacidad de adaptarnos, de que el sol siga saliendo por algún sitio. Supongo que tiene mucho que ver el hecho de que quienes más lo sufren son quienes menos poder de decisión acumulan. Hasta que algún día, quizá, todo esto se dé la vuelta.
También te puede interesar
Lo último