Málaga: cuestión de prioridades
Calle Larios
El choque de modelos siempre resulta estimulante, pero, al cabo, el debate sigue girando en torno a los ciudadanos y los clientes
Y, lo sentimos, hay que elegir
Málaga: tocar el cielo
Málaga: estación seca
Málaga/Uno de los acontecimientos más estimulantes que pueden suceder en la parada de un autobús es que se te ponga al lado un abuelo con un transistor a todo trapo. Y, sí, allí estaba, un señor con su gorra, sus pantalones de pana y su abrigo de material, como dicen en Málaga, bajito, arrugado y ennegrecido, con el peso de los años acumulado en la curva de su espalda y una media sonrisa bajo sus ojos pequeños que no cedía nunca, como si el presunto supiese algo que a los demás se nos había negado. El hombre se me puso al lado con el transistor pegado a la oreja, lo que resultaba paradójico porque todos los que esperábamos el 1 podíamos escuchar perfectamente el informativo, así que nuestro agente debía disponer de un tímpano de hierro o, lo que parecía más probable, una sordera acorde con el desgaste general de su anatomía. Los consumidores de tales cacharros conforman, ya se sabe, una tribu entrañable y resistente como pocas. Mi padre tuvo siempre un transistor japonés al lado y ahí me inicié yo en el amor a la radio, aunque después, por mi cuenta, procurase soportes más amables. En cualquier caso, gracias a este viajero y a las noticias que escupía su receptor todos los que guardábamos la cola supimos que Málaga había obtenido un certificado otorgado por Aenor que la reconocía como primer Destino para Nómadas Digitales de España. El locutor añadió que tal distinción ondearía cual pendón real en el Aeropuerto, la Estación María Zambrano y otros lugares de especial afluencia turística para que los recién llegados se dieran por enterados. Desde Aenor afirmaban que Málaga había dado muestras de su capacidad no sólo de atraer el talento digital nómada, sino de retenerlo, en virtud de claves como la calidad de vida, el clima y la amplia oferta cultural. Todo esto quedó debidamente depositado en el oído de nuestro compañero de parada y, de propina, en el del resto de la plantilla. No crean, una vez a bordo, el usuario mantuvo el transistor en órbita y sólo accedió a reducir un poco el volumen cuando otro pasajero le llamó la atención. La libertad neoliberal es capaz de manifestarse donde menos se la espera.
Poco antes, en la misma jornada, la ministra de Vivienda y Agenda Urbana, Isabel Rodríguez, había afirmado en Málaga en referencia al proyecto del rascacielos del Puerto que la prioridad en la ciudad “no estaba en más plazas hoteleras, sino en más viviendas asequibles”. En su intervención, de la que supe después de mi ambientado viaje en autobús, la ministra echó en cara a la Junta de Andalucía su falta de compromiso al respecto mientras, claro, cantaba las bondades del Gobierno en cuanto a la ejecución de VPO. Y, bueno, la asunción de las dos píldoras de actualidad así, casi a la vez, invitaba a extraer algunas conclusiones, sobre todo en lo que tiene que ver con las prioridades. Porque, al final, y como siempre, la pregunta tiene que ver con a quién nos referimos, es decir, para quién resulta prioritaria una solución u otra. No es difícil aventurar a qué lado se inclinará la balanza en una ciudad pionera en el reclamo de nómadas digitales, sobre todo cuando esa misma ciudad lidera el encarecimiento de la vivienda en España y lo seguirá haciendo, parece, durante una larga temporada sin final previsto en el horizonte. La referencia ministerial a la “vivienda asequible”, de nuevo, invita a formular la misma cuestión: para quién. Porque las últimas promociones de VPO conocidas en Málaga tampoco estaban precisamente al alcance de los bolsillos comunes, particularmente de quienes han alcanzado la edad razonable para aspirar a independizarse. El choque de modelos resulta siempre estimulante en el debate público, pero conviene matizar el éxito del discurso exclusivo a la hora de valorar esta disparidad: durante muchos años se ha convencido a la opinión pública de que la única manera de hacer de Málaga una ciudad próspera, resarcida al fin de sus agravios, era concentrar todas las apuestas en el turismo, del que el nomadismo digital constituye una adaptación chic en la esfera global (la historia ya nos ha demostrado, por cierto, lo que podemos esperar de un sistema económico que mezcla a conciencia trabajo y vacaciones: más desigualdad y menos oportunidades); tal estrategia relegaba las legítimas aspiraciones de la ciudadanía en cuanto a calidad de vida, derechos y servicios públicos a un paréntesis a la espera de la prometida parusía: todo esto redundará en beneficios para todos, pero habrá que tener un poco de paciencia. Transcurridas un par de décadas, podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que era mentira.
De modo que la ministra Rodríguez se equivoca en su candidez primaria: las viviendas accesibles podrán constituir una prioridad, pero para otra ciudad. Lo que encaja en Málaga como un guante, en correspondencia con sus políticas y con la desatención a sus ciudadanos, es un rascacielos de dudosa legalidad que fulmine de una vez uno de los pocos bienes patrimoniales que le quedan a su mermada identidad: el litoral que antaño fue y no volverá a ser. Quién sabe si, en aquella otra ciudad, será posible satisfacer los derechos fundamentales de sus ciudadanos, como el que atañe a la vivienda, sin dejar de crecer ni prosperar, sin espantar al turismo, sin dejar de puntuar en los escaparates ni de atesorar influencia y proyección. Aquí, nos tememos, hay ya demasiado volumen de negocio comprometido con inversores de postín como para andarnos con tonterías.
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