Málaga: ideas para el futuro
Calle Larios
Frente a los discursos que alimentan el desánimo, no tenemos más remedio que depositar toda la confianza en el talento que nos sucederá, lo que implicará la cesión de nuestros puestos cuando nos los reclamen
Málaga: tomar un café

Málaga/Estos días son tiempo de exámenes, de Selectividad (disculpen que la siga llamando así), de jornadas maratonianas de estudio y codos hincados, de bibliotecas a rebosar, poco descanso y muchos nervios. Hay todo un mundo metido ahí, en ese anhelo de la mejor calificación, del ingreso, de la plaza obtenida, del corte superado; pero se trata, al mismo tiempo, de un mundo silencioso, íntimo, vertido hacia adentro, resuelto en la penumbra del flexo, en los ojos cansados y en las horas robadas al sueño. Por eso, este mismo mundo apenas reclama nuestra atención. Los que estudian se parten la cara por su cuenta, sin hacer ruido, a la espera de que el verano, a la vuelta de la esquina, prodigue tanto el resarcimiento como la tranquilidad de haber superado los retos. Málaga, como cualquier otra ciudad, va mientras tanto a lo suyo, sin reparar apenas en todo este esfuerzo, en la tragicomedia, dulce a veces, amarga otras tantas, que los exámenes finales alientan por estas fechas en tantas familias, en tantas casas. Supongo que si por un momento la sociedad malagueña reparara en todo lo que se juega en cada examen, en cada aprobado, en cada curso superado, en cada éxito registrado en colegios, institutos, escuelas y facultades, se pondría mucho más seria y reivindicaría que cada estudiante y cada docente pudiese hacer lo suyo con las mejores condiciones y garantías; y, ya de paso, reclamaría que, independientemente de la opción escogida por cada familia, el nivel de ingresos nunca entrañase un obstáculo al talento. Insisto: lo que como sociedad nos jugamos con el desarrollo académico del último malagueño debería bastar para que la cuestión centrara todos los debates. Por mucho que cada uno se parta la cara en esto a puerta cerrada.
En los últimos años he tenido la oportunidad de compartir mucho tiempo tanto con profesores como gente joven, que acaba de llegar a la universidad o se está preparando para ello. Entre los primeros cunde el desánimo, principalmente, por la degradación de su profesión, por la imposición de tareas burocráticas que nada tienen que ver con enseñar (lo que, claro, afecta al rendimiento de sus alumnos: nunca los profesores habían parecido oficinistas con tanta fidelidad), por la falta de recursos y por la certeza de que solo con un poco más de atención por parte de la administración bastaría para multiplicar los resultados positivos. Cuando trabajo con los segundos, los jóvenes, no dejo de verme a mí mismo en aquellos años, entre las dudas, la confusión, la esperanza y la ilusión. Pero lo cierto es que de unos y otros extraigo motivos suficientes para el optimismo, o por lo menos para distraer mi natural inclinación al pesimismo pragmático. Fundamentalmente, porque no queda otra. He visto en este tiempo muchísimo talento tanto entre profesores como entre estudiantes, muchas ganas de hacer las cosas bien, de prosperar, de sobreponerse a la mediocridad y abrir puertas cuya existencia ni siquiera sospechamos. Cierto: unos y otros advierten de una masa abúlica, conforme, dispuesta a acomodarse en la primera poltrona que pille, sin capacidad crítica y con un ideario político que asusta, pero si de nuevo evoco mis años de estudiante solo puedo admitir que aquella misma masa ya estaba allí, siempre quejándose de todo, siempre echando las culpas a los otros, especialmente si su piel tenía un color diferente. Aquella masa ha podido perder sus complejos, obtener representación y ganar más altavoces para escupir su ignorancia, pero no es nueva. La hemos tenido siempre delante. Y lo único con lo que seguimos contando para hacerle frente es talento. Ahora que el acceso al conocimiento es más inmediato que nunca, también esta batalla debería ser más fácil.
No se trata (solo) de estudiar mucho para poder costear una vivienda, como apunta nuestro alcalde, quien, por otra parte, comulga con el materialismo productivista que de manera general corta por igual todos los patrones. Se trata de estudiar para que ningún alcalde, ni este ni ningún otro, del partido que sea, nos diga cómo tenemos que vivir ni con qué tenemos que conformarnos. Lo siento, pero no dejo de percibir una conexión evidente entre quienes dicen pestes de nuestra gente joven y quienes insisten en que en Málaga únicamente se puede vivir del turismo y que es lo que hay (a menudo son los mismos), seguramente porque son los más interesados en que nada cambie. Pero si Málaga tiene un festival de cine consolidado de proyección internacional cuando nadie apostaba un céntimo por ello es porque hubo gente que se formó en la materia y decidió hacer su carrera aquí. Si Málaga celebra la llegada del IMEC y de Google y asiste a su propia capacidad para generar empresas tecnológicas es porque en su momento hubo gente del gremio que creyó en la posibilidad de estudiar, crecer y desarrollar su trayectoria aquí. Por mucho que se siga hablando de Málaga como de una ciudad de camareros, y con todo el respeto para los trabajadores del sector hostelero (quienes, por cierto, merecen condiciones mucho más dignas en su desempeño, en verano y en invierno), los que de verdad le dan la vuelta a las cosas cuando hace falta, los que hacen posibles los éxitos que luego aplaudimos todos, son los que se matan a estudiar cuando toca, los que oponen el conocimiento a la ignorancia. Esto no va de golpes de suerte, ni de los mesías puntuales a los que tantos malaguitas se abonan para que nos saquen las castañas del fuego; esto va de la movilización necesaria para que nuestro mejor talento se quede aquí, pueda dar fruto aquí, tener su vivienda aquí y no se vea abocado a buscarse la vida en otro sitio. De que las mejores ideas para el futuro prosperen y se hagan realidad. De que, llegado el momento, cedamos nuestros puestos a los que vienen detrás para que pongan las cosas en su sitio. Cuando estos días vean a los estudiantes haciendo sus exámenes de Selectividad, piensen que lo están haciendo por ustedes, por mí, por todos nosotros. Quizá no se trate tanto de optimismo como de rabia: tenemos un clavo ardiendo y hay que cuidarlo por la cuenta que nos trae.
También te puede interesar
Lo último