La memoria a tientas

El primer barrio extramuros de Málaga se empeña en ser mucho más que la sombra de lo que fue, aunque su carácter primigenio tenga hoy grises connotaciones de resistencia

Resulta casi tenebroso el modo en que uno comienza a caminar por El Perchel y se siente contaminado de presencias. La primera, la de Luis Cernuda: bien pudiera ser este territorio aquél en que habita el olvido. La mayoría, sin embargo, son anónimas: sus voces pregonan una gloria que ya no existe, una plaza que terminó para siempre, una calle que quedó barrida como el polvo, pero, sobre todo, un carácter extinto, una idiosincrasia violada, aturdida. Pocos barrios han experimentado en Málaga una transformación tan radical como la de este enclave: la prolongación de la Alameda y su partición artificial ya lo condenaron a vivir a espaldas de sí mismo, pero hace apenas dos décadas la Avenida de las Américas y la Plaza de la Solidaridad terminaron de cercenar lo que durante largos siglos se había sostenido como un axioma, como una mónada autosuficiente y visceralmente orgullosa de sí misma. En un paseo por las calles Ancha del Carmen, Peregrino, Eslava, Conde-Duque de Olivares y Angosta del Carmen (este nombre sabe especialmente evocador), las casas antiguas, muchas en evidente decadencia, apelan a su pasado hasta el punto de que el recuerdo, aquí, pesa. Y sin embargo la memoria se desplaza a tientas, como con los ojos vendados, vendida a la leyenda. Hoy, uno enfila la calle Callejones del Perchel (posiblemente no haya otra vía en Málaga cuyo título supere de tal forma los límites de la ironía para anclarse en el cinismo) y se encuentra, justo detrás del Mercado del Carmen, una descomunal publicidad pintada en el lateral de un edificio de la inmobiliaria Grupo ÑXXI, que anuncia la promoción de un nuevo bloque de viviendas en la calle Eslava. Y entonces comprende que, cualquiera que fuese aquella gloria, la Historia no tiene más solución que el olvido. El progreso de Málaga tiene su primera víctima en este barrio, que, reducido a mero tránsito entre la Estación María Zambrano y el centro neurálgico de la ciudad, casi no puede considerarse ya tal; pero lo que se ha perdido aquí es mucho más que un nombre citado en Don Quijote y en la copla de Miguel de los Reyes Noches bonitas de España: cabe echar de menos el origen del verdadero carácter malagueño, de sus más pintorescas manifestaciones. Aquí señorearon pillos y marengos, vividores y sospechosos de las peores virtudes, pero también el cante, el pregón, la astucia. El Siglo de Oro no habría podido contarse en Málaga sin El Perchel. Sin embargo, muchas de sus calles, algunas bautizadas con referentes decisivos como Esquilache e Istúriz, quedaron reducidas a solares para que el urbanismo del siglo pasado se significara. Todo ese mundo de sonidos y olores se instala en la imaginación del paseante, el único lugar posible, si es que logra escapar al cerco de las obras del Metro.

Está ya avanzada la Cuaresma y los prolegómenos de la Semana Santa se respiran en el ambiente, aunque La Cena se trasladara a la calle Compañía. La calle Plaza de Toros Vieja, en la sección Sur, es la auténtica resistente del envite fatal que la postmodernidad decidió para El Perchel. En el interior de la iglesia del Carmen, el Chiquito luce engalanado y siempre acompañado de la feligresía; para ello, tres chaveas que parecen encarnar la tradicional tipología del barrio venden flores a bajo precio en la misma puerta del templo. Hoy domingo, en el otro extremo del barrio, la Esperanza hará su traslado. En las solapas y cuellos abundan todo de tipo de medallitas y representaciones de estas tallas, y no únicamente entre la población de más edad. La devoción forma parte del ambiente, se integra en esa rama que se resista a ser cortada, aunque sepa que, posiblemente, los tiempos van en una dirección distinta. El entorno del mercado del Carmen, cuya metamorfosis se encuentra a la vuelta de la esquina, se presta pródigo a este ejercicio de nostalgia. Una chica vende verduras junto a una furgoneta y guarda a su bebé en el interior de una caja, como el resto de la mercancía. Algunos individuos pasean con las manos metidas en los bolsillos, pero quienes llevan bolsas de plásticos son en su mayoría, éstos sí, de edad más que digna para una jubilación placentera. Algunas de estas mujeres visten el velo islámico, aunque no hay demasiadas garantías para encontrar buen cordero halal en esta parte de la ciudad. Otros alimentos se exponen en las aceras, sobre todo frutas. El mejor pescado se consigue dentro, pero el mercado, triste, parece haber encajado duramente la violencia con la que el barrio ha cambiado su fisonomía. Más al sur, en Cuarteles y Salitre, el socavón del Cercanías lo invade todo. Nada aquí parece pertenecer al Perchel, nadie se detiene, todo el mundo camina hacia otro destino. Todo se difumina en un continuo movimiento que ha perdido definitivamente su raíz. De vuelva a Ancha del Carmen sí se encuentran algunos comercios tradicionales, tiendas de moda en las que es posible dar con un pijama de caballero más que decente por 8,50 euros. Pero son pocos: en estas estrecheces, en este juego de aceras que parecen confabularse con los adoquines, sólo se hacen notar las casas clausuradas, al borde del derrumbe, o los solares en los que se anuncian más apartamentos.

En la zona norte han logrado sobrevivir algunos corralones, como el emblemático de Santa Sofía, reconvertido en residencia asistida de ancianos. Pero otros, a ambas orillas de Armengual de la Mota, devinieron en escombros. En el Llano de la Trinidad, que paradójicamente pertenece al Perchel, algunas casas señoriales construidas en el siglo XVI permanecen cerradas y abandonadas a merced del vandalismo. El caso más evidente de toda esta agonía es, sin embargo, y de vuelta a la calle Eslava, el convento de San Andrés, el último consuelo de Torrijos, para el que los vecinos vienen pidiendo a gritos una solución desde hace años. En todo el barrio salen al paso pancartas y pasquines con exigencias para que se detenga su ruina. El primer barrio extramuros de Málaga, donde el mimbre y los salazones de pescado alimentaron a miles de familias bajo el gobierno de Roma y durante la Edad Media, es hoy un contraste herido entre las familias jóvenes y pudientes que desde los 90 se han instalado en los nuevos edificios de viviendas, especialmente en torno a la estación, y los mayores que resisten en las pocas casas pioneras que quedan en pie. El dictamen de la balanza es implacablemente feroz.

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