Y si, de repente, Málaga

Calle Larios

Y si esta ciudad se dispusiera al fin a encontrar su mejor versión, a preservar su dignidad y desobedecer a sus amos, consciente de que todo está por hacer y de que tiene argumentos sobrados para conseguirlo

El buen turista

Concentración por las víctimas del genocidio en Gaza celebrada el pasado 6 de septiembre en la Plaza de la Constitución. / Irene Bujalance

El sábado de la semana pasada íbamos de camino a la concentración por las víctimas del genocidio de Gaza que se celebró en la Plaza de la Constitución. Pasamos por una calle Granada llena de turistas y reparamos, porque no había más remedio, en un grupo de ocho o diez visitantes, todos varones, tiparracos además bien fornidos, que, uniformados con las camisetas al uso para la despedida de soltero que celebraban, escupían un limitado repertorio de risotadas y exabruptos en un idioma extranjero mientras zarandeaban con presunta gracia una muñeca hinchable. Creo que sería digno de estudio académico el creciente rasgo incel (¿en una despedida de soltero? Sí, exacto) del turismo que Málaga es capaz de atraer, pero, en cualquier caso, allí estaban. Se supone que el uso de tales artilugios en la vía pública está prohibido en Málaga, pero quién dijo miedo, ellos no parecían mostrar respeto, a sus anchas, felices desconocedores de la normativa, muy a las malas algún amable agente les pedirá por favor, sin molestar, que guarden el juguetito, disculpen ustedes, así que a por todas.

Se sentaron en una terraza de la calle y les atendieron, por supuesto. Tampoco íbamos a esperar de nuestros hosteleros que les llamaran la atención, bastante tienen ya los camareros con lo que tienen, pero al fin y al cabo vivimos de esto, exactamente de esto, de acémilas que vienen a hacer lo que saben con una muñeca hinchable y que a lo mejor deciden pasarse de listos con alguna joven, pero recordemos que no hay nada que temer si no tienen la piel lo suficientemente oscura. Algunos viandantes, especialmente los pocos nativos que pasaban por allí y que, como nosotros, se dirigían a la concentración, salían asqueados a toda prisa para evitar tan desagradable espectáculo; otros simpáticos turistas, sin embargo, jaleaban y vitoreaban a los presuntos, todo esto algunos minutos antes de las siete, en plena sesión infantil, aunque no costaba imaginarlos más tarde, a las dos de la mañana, berreando la penúltima debajo del balcón del último vecino. Las cuentas estaban claras: en Málaga lo hemos peatonalizado todo, hemos llenado el centro de museos, hemos expulsado a los ciudadanos, hemos cerrado el último comercio local y hemos convertido la vivienda en privilegio especulativo para que gentuza como esta pueda hacer el cafre a gusto. Porque vivimos de esto.

Pero, precisamente en virtud de esa convivencia, hay veces en que corresponde dar un paso adelante

Poco después, llegamos a la concentración. Ya había mucha gente en la plaza, que no tardó en llenarse. La organización habló de cinco mil asistentes, bien podían ser. En el acto se alternaron momentos de respetuoso silencio con otros en los que estallaban lemas y cánticos. Intervinieron portavoces de las organizaciones convocantes y de distintos colectivos profesionales. Hubo tiempo para escuchar testimonios que, ya fuese directamente en boca de sus protagonistas o a través de diversos intermediarios, narraban el infierno cotidiano con el que convive la población en Gaza. Me conmovieron especialmente las palabras de un profesor universitario que contaba que la actividad académica continuaba en la zona a pesar de las bombas, del hambre, de la dificultad para acceder a internet: en instituciones como la Universidad de al-Azhar de Gaza los profesores siguen impartiendo clases y los alumnos siguen presentándose a los exámenes y defendiendo tesis doctorales, aunque la desnutrición les haga desfallecer, aunque todos cuenten a familiares y amigos cercanos entre sus víctimas, aunque todos se pregunten una y otra vez para qué tanto esfuerzo, qué sentido tiene intentar conservar la vida que llevaban cuando el mundo les ha dado la espalda. Allí estábamos algunos, pocos, muchos, quién sabe, suficientes en todo caso para recordar que la sociedad civil siempre va por delante de sus gobiernos.

Mientras escuchaba estos testimonios recordé la escena de la muñeca hinchable y reparé en lo distintas que pueden ser las ciudades que conviven dentro de cada una, en el mismo barrio, a pocos metros. Y, que conste, cuando hablo de ciudades me refiero a ciudadanos: para muchos, incluidos algunos que cuento entre mis amigos, una manifestación a favor de Gaza es un acontecimiento a evitar a toda costa y una despedida de soltero con una muñeca hinchable es un mal menor, un peaje que hay que pagar y tolerar para que Málaga siga siendo una plaza rentable, lejos de la bancarrota. Aquí convivimos, y en eso consiste el juego. Pero, precisamente en virtud de esa convivencia, hay veces en que corresponde dar un paso adelante. Porque allí, en la Plaza de la Constitución, muchos de los testimonios expresados insistían en repetir la palabra dignidad. Por supuesto, no vamos a establecer las comparaciones que hacen otros. No vamos a caer tan bajo. Pero no necesitamos un genocidio para que la dignidad de los territorios quede puesta a prueba (recordemos que, para los mandamases del planeta, el destino natural de Gaza, una vez eliminada su población, es el mismo que atañe a Málaga: un resort). Y si, de repente, Málaga se pusiera en pie para defender la suya. Su dignidad. Y si.

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