Cultura

¿Existe aún el arte político?

  • El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo analiza las relaciones entre arte y poder en una muestra cuyas múltiples caras recogen el malestar que genera la política actual .

Cuando la práctica política se queda en mera administración y las propuestas políticas en fórmulas, reiteradas sin cesar por responsables y comentaristas, suelen abrirse dos vías complementarias entre sí: la reflexión y el activismo. Ambas aparecen en esta muestra: la abre un vídeo de Mathias Poledna sobre la Fundación Feltrinelli y acaba con carteles y proclamas del 15-M, un vídeo de la chilena Cecilia Barriga que une las acciones de Madrid a las de Nueva York y Santiago de Chile, y apuntes de Vatamanu y Tudor, una rumana y un suizo, que dan fe de varias acciones de protesta.

En el amplio archivo de la Fundación Feltrinelli hay documentadas propuestas y luchas políticas, alternadas con diversos textos teóricos. Es así una llamada a la reflexión, fortalecida por una obra de Sarah Browne (hojas y flores que se secaron entre las páginas de un libro de teoría política) y concretada en dos grandes temas: dinero y territorio. En el primer apartado destaca el trabajo de Claire Pentecost: construye en compost lingotes como los hechos habitualmente de oro y dibuja billetes únicos, imposibles por tanto de intercambiar, pero que poseen un valor, el del rostro que aparece en ellos dibujado: alguien que supo ver que la tierra era la fuente principal de riqueza. Stevanos Tsiopoulos, por su parte, ofrece en amplio panel formas de intercambio no mediadas por dinero.

El marco general para pensar el territorio lo dan los dibujos del veterano Yona Friedman pero la concreción corresponde a arquitectos Druot, Lacaton y Vassal, que prefieren rehabilitar a demoler, las ideas de Le Corbusier (rememoradas por Dionisio González y Alain Tanner) para Chandigarh, ciudad diseñada para sustituir a Lahore como capital de Punjab, y la reflexión sobre otro arquitecto, Philip Johnson, trazada por las escuetas obras de David Diao y por un excelente vídeo de Sarah Morris. Morris subraya la calidad artística de la Casa de Cristal de Johnson, la compara con la Fansworth House de Mies van der Rohe, vincula a ambos autores en el edificio Seagram y el restaurante Four Seasons, y sugiere qué trasfondo político subyace a esas obras.

La arquitectura ya señala que el deseo de un territorio propio desborda la casa, la ciudad, la región o la nación, y apunta a otro modo de concebir el Estado. Síntoma de ese afán es el grupo Temple Crew, que en torno al escultor David Best, se reúne cada año en el desierto de Black Rock (Nevada). Los casi 50.000 asistentes construyen una ciudad y un templo, viven allí varios días y desmontan después lo construido. La iniciativa se comprende mejor a la luz de las naciones y estados conceptuales, que desde el año 2005 detecta y reúne Peter Coffin. Banderas, uniformes, monedas y manifiestos de supuestos Estados llenan por completo el antiguo templo cartujo. No existen pero muestran el insobornable afán de tener un lugar propio. Hay exigencias étnicas (los mapuches frente a Chile y Argentina) o de minorías sociales (okupas de Christianía) y vindicación de espacios olvidados (islotes o plataformas en el mar abandonadas). Pero también hay propuestas que miran con sorna el nacionalismo (disputa hispano-marroquí por Perejil), desconfían de la nación y rechazan las estrategias al uso del Estado, buscando una comunidad alternativa, desde las redes sociales, el intercambio de ideas o el apoyo a valores compartidos. Propuestas como Nutopía, promovida por Yoko Ono, o Estado Mental Evrugo, impulsado por Zush, muestran cómo el arte puede abrir espacios críticos cuando en política las cuestiones de hecho restringen el derecho y el pragmatismo destierra a las ideas.

El riesgo de estos planteamientos es que pueden quedar en estéril huida del mundo. Lo sugiere la obra de Tellervo Kalleinen y Oliver Kochta-Kalleinen sobre tres comunidades utópicas que desde los setenta viven de modo autosuficiente en zonas rurales de Australia. Los entrevistan y realizan con ellos breves historias de ficción. La respetuosa mirada de los autores no llega a ocultar los límites de tal opción. De modo análogo, Anna Moreno señala que el arte político quizá se refugie en el museo y rehúya las plataformas adecuadas a sus intenciones.

La muestra recuerda a un gran poliedro cuyas múltiples caras recogen el malestar que genera la política actual y la necesidad (y limitaciones) de la relación entre arte y política. Insiste además en el análisis. Así lo hace un vídeo, breve y convincente, de Hito Steyerl. Señala una paradoja: hoy, cuando sobreabundan las imágenes, también se multiplican los desaparecidos. Unos, porque les quitan visibilidad (trabajadores sin derechos, presos sin nombre, familias sin domicilio) y otros, porque se ocultan: escondidos en el anonimato del mercado, buscan los mejores beneficios, o camuflados en inacabables trámites procesuales propician la prescripción de algún delito. La imagen puede engañar: puede borrar lo evidente.

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