Cultura

Los Goya, toma 26

  • El cine español celebra esta noche una gala que destaca por sus presencias, aunque también por significativas ausencias.

Los Goya han pasado del cuarto de siglo y llegan a su vigésimo sexto cumpleaños en un clima de expectación. Más allá de galas, alfombras rojas, vestuarios más o menos acertados y temblorosos discursos de agradecimiento, cada edición es un buen momento para hacer chequeo del cine español, que vive un momento de tensa espera como todo el mundo de la cultura. El cambio de Gobierno de diciembre y la seguridad de que los actuales modelos de financiación no se van a mantener tienen a toda la profesión atenta a la jugada. Por de pronto, no parece que vayan a por ellos, como se temían algunos por su militancia en el extinto clan de la ceja o por el lejano No a la guerra. A este respecto, las primeras declaraciones del ministro de Wert han sido tranquilizadoras, como su discurso en la gala de los premios José María Forqué, junto con su intención de ir a un modelo mixto de financiación, demuestran a priori que el nuevo gobierno sigue contando con los cineastas. De todos modos habrá que ver cómo evoluciona todo en un contexto económico y social poco propicio a las inversiones culturales.

Esto debería hacer que una ceremonia más conocida por sus polémicas que por su fuerza de ser un verdadero nexo de unión del sector fuese este año tranquila y casi de transición a la espera de lo que depare el futuro. También el Gobierno del PP aprobó en su primera reunión la controvertida ley antidescargas, una patata caliente que los de Zapatero prefirieron dejar a sus sucesores seguramente porque no querían aumentar sus cuantiosos problemas. Esto, unido al patadón en la puerta del FBI a Megaupload, debe tranquilizar también en primera instancia a la profesión en esta demanda, aunque nadie parezca estar interesado en reflexionar sobre los nuevos caminos que abre la red a la distribución. Así que el escenario es propicio a una noche que debe ser de verdad de fiesta del cine español y evitar esperpentos como el del año pasado, con un Álex de la Iglesia que llegó a la gala dimitido y con mucha de su gente en contra, demostrando que es tan visceral en su vida como en su cine. Tal vez como represalia La chispa de la vida sólo ha visto a sus actores nominados este año, frente al chaparrón de candidaturas que recibió la mucho más excéntrica Balada triste de trompeta la pasada edición.

En cuanto a cifras, las de 2011 son engañosas. El cine español aumentó su cuota de pantalla en un 3% en un marco donde la asistencia general a las salas bajó un 7,5%. Sería un magnífico dato de no ser porque de nuevo ha sido una locomotora la que ha tirado del sector, como fue el fenómeno Torrente 4 la pasada primavera, capaz ella sola de engordar la estadística. La Academia no ha reconocido los méritos industriales de Santiago Segura y le dado un cero patatero en las candidaturas. Este año se ha optado por valores seguros, con la sorpresa de Blackthorn, que debe leerse como un apoyo a los esfuerzos de nuestro cine por internacionalizarse.

Ya puestos, podrían haber rematado la faena apoyando a Eva como mejor película, en un guiño al cine de género fantástico que está consiguiendo buenos resultados de taquilla, caso parecido al de Mientras duermes, que sólo ve reconocido al gran Luis Tosar como actor. Así, figuran en la gran final los filmes de Urbizu (No habrá paz para los malvados), que es el favorito si atendemos a la batería de premios que ya ha cosechado estas semanas, de Zambrano, con un tema que puede a partir de ahora verse eclipsado por los nuevos vientos que corren, y de Almodóvar (La piel que habito), que ve como la Academia con la que ha tenido tantos desencuentros le echa un cable con la que es su peor película. Lo mejor de ella, Elena Anaya, es su mejor baza frente a los policías corruptos de Urbizu. La voz dormida parece tener clara a María León como actriz revelación y Blackthorn tiene todas las papeletas de ser la que se va a casa todos los años con la cara colorada.

No obstante, esta edición, como curiosamente le pasa a la de los Oscar, será más recordada por sus ausencias que por sus presencias. Que dos habituales acaparadores de candidaturas como Iciar Bollaín (Katmandú, el espejo del cielo) y Montxo Armendáriz (No tengas miedo) se hayan conformado con ver reconocidas a sus actrices (extraño que Lluís Homar sea finalista por el robot de Eva y no por su tortuoso papel en el filme de Armendáriz) es significativo. Pero esto no significa un decidido apoyo al cine más joven, que sigue confinado a las confusas categorías de novel, en más de un caso discutibles. O se ve directamente marginado, como es el caso de las películas más radicales e innovadoras de nuestro panorama, como las producidas por la factoría Miñarro. Desde este punto de vista es un éxito que Isaki Lacuesta haya conseguido colocar en la categoría de documental El cuaderno de barro, aunque Los pasos dobles no haya merecido ser elegida para la gloria. Y como de costumbre, siguen las preguntas que años tras año quedan en el aire tras la publicación de las candidaturas, como la presencia de películas que no se han estrenado (De tu ventana a la mía) o que Woody Allen sea candidato a Mejor Guión por Midnight en París aprovechando su parte de producción española. Vale, pero entonces ¿por qué Un dios salvaje, que goza de la misma contingencia, ha sido confinada a Mejor Película Europea? Con lo morboso que hubiese sido ver a Elena Anaya competir contra Kate Winslet.

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