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Crítica de Teatro

Gritar desde el interior

Un momento de la obra 'Del fondo del río', de Factoría Echegaray.

Un momento de la obra 'Del fondo del río', de Factoría Echegaray. / Daniel Pérez / Factoría Echegaray

Los procesos de duelo son tan diversos como personas hay. Uno nunca sabe como va a reaccionar a la pérdida de un ser querido, incluso una vez que ya te has enfrentado a ese dolor, la experiencia cambia drásticamente en la siguiente ocasión. Del fondo del río compartió, en las tablas del Teatro Echegaray, la historia de una madre que necesitaba liberarse de un dolor indescriptible.

Esta producción de Factoría Echegaray, escrita y dirigida por Iosune Onraita, nos hace testigos de un proceso de duelo que juega entre la fantasía literaria y la realidad. Un montaje que hace imperceptibles los límites del universo fantástico del cuento y la cruda realidad del mundo que nos deja la pérdida de un ser querido. Texto, personajes, espacio escénico y sonoro, traspasan esas fronteras con facilidad, generando la duda en el espectador que, como objetivo dramático de la propuesta escénica, no sabe si lo que ve es realidad o imaginación. Uno, se pregunta constantemente durante la representación, si Amanda existe, o es una proyección de la protagonista.

La escenografía nos presenta varios espacios, uno real, el despacho en el que se desarrolla el personaje de Ella. Donde sufre, se abre y trabaja. Es el lugar en el que las voces de los niños rompen el anhelado silencio que necesita para terminar de escribir el cuento que la libere. Y luego un segundo espacio, un tendedero. Lugar de lo imaginario y lo fantástico, donde todo es ligero y los personajes hablan con extrema libertad.

Este hermoso espacio, crece a medida que avanza la obra, como si la imaginación se fuera desbocando y llenara la cabeza de la atormentada autora. Es en este lugar, de entre sus cuerdas y ropas tendidas, donde nace Amanda, la niñera, primero representada con un delicado vestido, y que termina, al igual que la tela colgada, de blanco y empapada, reproduciendo a viva voz el cuento, por fin acabado, del pequeño pececillo.

La pieza se puede ver en el Teatro Echegaray. La pieza se puede ver en el Teatro Echegaray.

La pieza se puede ver en el Teatro Echegaray. / Daniel Pérez / Factoría Echegaray

La iluminación y el sonido siguen la misma premisa. Por un lado, tenemos luces puntuales en la zona del despacho, como si siempre estuvieras iluminado por un flexo, y luego, en el tendedero, la luz se abre y aparecen las sombras, el juego, y el color. El espacio sonoro se reproduce a través de un pequeño interfono, donde las voces de los hijos y alguna pieza musical aportan realismo al despacho, pero este matiz desaparece cuando el sonido se hace amplio y limpio en la otra realidad, la del tendedero.

Ana Sañiz y Sofía Barco, las actrices, Ella y Amanda, son el punto fuerte de la representación. Las dos hacen un gran trabajo. Ana dando vida a una autora que se ha visto sobrepasada por la pérdida de un hijo, y Sofía, representando esa proyección literaria capaz de relativizar el dolor por severo que sea. Para ello, Ana construye al personaje desde el peso, anclada al suelo, encorvada de hombros, como si la tierra la llamara. Sofía, construye su personaje como si fuera una prenda de ropa tendida al viento, ligera y ágil. Dos universos contrapuestos. La realidad y la fantasía.

Dramaturgia y dirección, en palabras de Iosune, intentan "desordenar la realidad y ordenar la fantasía. Jugar en la frontera entre la realidad y la imaginación", y cómo dentro de ese juego, ante la desesperación del dolor y la necesidad de soltarlo, lo fantástico inunda el espacio de lo real, creando un estado mental que no te deja saber si lo que está pasando se está viviendo o es el fruto de la propia imaginación. El montaje, con un cuidado ritmo, te lleva a la sorpresa frenética, como en la escena de las brujas, o al tedioso día a día de un teclear mecánico e improductivo.

Del fondo del río es una pieza teatral muy personal, bien trabajada, que habla del proceso de pérdida y sanación de una herida a través del arte, así como del valor necesario para afrontar un dolor irreparable. El espectáculo, con bellas imágenes y bien interpretado, nos cuenta la historia de cómo una mujer canalizó su dolor y creó un personaje que lo expresara y lo gritara por ella para poder liberarse. Y es que, en este concepto de la canalización del dolor, se demuestra que el arte es una herramienta que ayuda a gritar desde el interior.

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