La Térmica abre el curso con la utopía visual de Robert Doisneau

El centro de Los Guindos acoge hasta el 7 de enero una exposición con 50 fotografías del francés

'El beso del Ayuntamiento' (1950), reunida en la exposición de La Térmica.
'El beso del Ayuntamiento' (1950), reunida en la exposición de La Térmica.

Como muchos otros, Robert Doisneau (Gentilly, 1912 - París, 1994) participó de manera activa en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Ya por entonces era un fotógrafo reconocido, especialmente en el mundo de la publicidad, aunque se había iniciado en el ámbito de la creación artística de la mano de André Vigneau. Poco antes del estallido de la contienda fue contratado por la agencia Rapho, y durante la ocupación continuó rindiendo en su trabajo. Pero si para otros fotógrafos la batalla campal constituía una oportunidad proverbial para tomar buenas instantáneas, Doisneau se mostraba incapaz de reconocerse como artista en la masacre. Después de la guerra, sin embargo, todo cambió: fue contratado por ADEP para trabajar junto a Henri Cartier-Bresson y Robert Capa y la reconstrucción de París tras la barbarie le permitió retratar el mundo que sus ojos anhelaban, un paisaje de héroes anónimos dispuestos a contribuir, con sus pequeños y grandes esfuerzos, a la consecución del futuro. La utopía que la realidad le negaba (y esto, en fotografía, constituye un asunto peliagudo) aconteció de esta manera y Doisneau no dudó en inmortalizarla a través de postales tan reconocibles en todo el mundo como El besodel Ayuntamiento, tomada en 1950 por encargo de la revista American´s Life, mientras el mismo Doisneau trenzaba su discurso alimentado por amigos como Sartre, Albert Camus y Robert Giraud (quien le introdujo en el París nocturno, con consecuencias decisivas para el fascinado aprendiz). Ayer, la Térmica inauguró su primera exposición del curso, Robert Doisneau. Retrospectiva, una colección de 50 imágenes de distintas épocas coincidentes en el hálito utópico, esperanzador y humanista del testigo. Comisariada por Ann Morine, de diChroma Photography, la selección para la muestra malagueña ha sido expresamente realizada por los herederos del artista. Y su contemplación supone una parada en el tiempo, una depuración de momentos en los que bien podría desear detenerse la humanidad entera. Aquí, las fotos se observan con el paladar.

Acontece en la muestra el París pintoresco, el que resurge de las cenizas dispuesto a recuperar sus calidades románticas (pocos han contribuido a la perpetuidad del mito parisino como ciudad de la luz hasta nuestros días con la voluntad de Doisneau) concretado en otras miradas. Los protagonistas son seres anónimos, como los niños que cruzan juguetones la calle Rivoli; pero también populares, como un Picasso que también supo de la amistad de Doisneau y que en esta ocasión comparece sentado a la mesa, con unos panecillos dispuestos como garras de un monstruo imaginado que es el propio pintor (comparadas ambas imágenes, cabe concluir que pocos han logrado fotografiar al eterno niño consciente que fue Picasso con la eficacia de Robert Doisneau).

La hija del fotógrafo, Annette Doisneau, presente ayer en la inauguración, dijo sobre su padre: "Tuvo una infancia bastante difícil y lo que intentaba hacer era mostrar un minuto de felicidad en situaciones difíciles, y enseñar el mundo como él deseaba que fuera, no como era". Lo bueno es el modo en que ese minuto ha logrado hacerse eterno.

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