Antonio Soler | Escritor

“La literatura alumbra territorios en penumbra; si no lo hace, es entretenimiento”

Antonio Soler (Málaga, 1956), en la reciente presentación de 'Yo que fui un perro'.

Antonio Soler (Málaga, 1956), en la reciente presentación de 'Yo que fui un perro'. / Javier Albiñana (Málaga)

El origen de Yo que fui un perro (Galaxia Gutenberg), la nueva novela de Antonio Soler (Málaga, 1956), difícilmente podría ser más cervantino: en 1991, el escritor encontró, dentro de unos libros que había recibido de forma azarosa, unas páginas manuscritas de un autor que daba buena cuenta, a modo de diario, de su obsesión perturbadora por una mujer. Rescatado aquel testimonio treinta años después, Soler decidió convertirlo en el germen de una historia escrita en una feroz primera persona que ofrece, también a modo de diario, la abrumadora construcción psicológica de un maltratador. El artífice de novelas ya fundamentales de la narrativa reciente en lengua española como El nombre que ahora digo, Las bailarinas muertas, El sueño del caimán y Sacramento mantiene la ambientación en los años 90 para brindar, de paso, un fiel retrato de la época.

-Después de novelas tan polifónicas como Sur y Sacramento, Yo que fui un perro está escrita desde una sola voz en primera persona. ¿Hablaríamos de un cambio radical o, más bien, de una continuación soterrada?

-De entrada, a mí me gusta mucho cambiar de registro, por supuesto, y no hacer siempre lo mismo. Pero creo que la evidencia tiene más que ver con eso que llamas continuación soterrada, aunque sea porque los libros que uno escribe se alimentan unos a otros. Es verdad que, después de todas las voces que poblaban mis anteriores novelas, la voz solitaria de Carlos, el protagonista de Yo que fui un perro, entraña una especie de novedad, pero también lo es que, inevitablemente, Carlos tiene rasgos de otros personajes que he ido creando a lo largo de los años. En Sur, por ejemplo, había un diario que escribía el personaje del atleta, y ese diario tenía que ver con unas anotaciones que había escrito yo cuando era muy joven, a mis veinte años. Supongo que, de manera indirecta, el diario de Carlos tiene también parte de su germen en aquellas notas, aunque aquí hayan desembocado en un personaje completamente distinto.

-Al final, entre las notas de juventud recuperadas y los diarios redescubiertos, ¿escribir una novela es hacer arqueología de uno mismo?

-Seguramente. De hecho, creo que mis tres últimas novelas, especialmente, se corresponden bastante con una arqueología de mí mismo. Pero tiene todo el sentido: cuando tienes treinta años es más difícil hacer esa excavación, estás más preocupado por el futuro, no puedes mirar tanto atrás por razones evidentes. Al final, todo aquel presente de entonces se convierte en ese yacimiento al que puedes volver ahora para extraer ideas. Así me pasó con aquellas notas primerizas que influyeron tanto en la escritura de Sur. Y también Sacramento tiene relación con un encargo que me hizo Rafael Pérez Estrada allá por 1986. En el caso de aquel diario que encontré en 1991, recuerdo que me fascinó la voz con la que estaba escrito, una voz perturbada, muy oscura, que se expresaba sin embargo en un lenguaje muy plano. Seguramente por esto decidí guardarlo sin más en su momento, aunque hace un par de años lo recordé, lo busqué y, al leerlo de nuevo, entendía que había una historia digna de ser contada.

"Escribir novelas es una manera de hacer arqueología de uno mismo, lo que siempre resulta más fácil a partir de cierta edad"

-Carlos, el autor del diario que usted recrea en su novela, es sin embargo un buen escritor. ¿Le inspiró de alguna forma el Humbert Humbert de Lolita, el que afirmaba: “Pueden confiar en que la prosa de un asesino sea siempre elegante”?

-Superar el lenguaje plano del diario original y lograr que Carlos escribiera bien fue un reto complicado. Encontré la solución a través de las lecturas que un amigo recomienda al personaje en la novela, que son las mismas lecturas que yo cultivé en la misma época, en los años 90. Así, hay referencias a La conciencia de Zeno de Svevo y a La bendición de la tierra, de Knut Hansum, que fue la novela que me permitió encontrar mi estilo literario. Pero también tiene mucha importancia El árbol de la ciencia de Pío Baroja, donde también hay un diario y que Carlos, estudiante de medicina, lee con interés; así como El enano de Pär Lagerkvist, cuyo protagonista tiene mucho que ver con el mío. De alguna forma, Carlos, que no es consciente de la gravedad de su actitud ni de haber hecho nada malo, es un enano moral. 

-Eso me lleva a preguntarle por las líneas del diario que aparecen tachadas en la novela, en virtud de la decisión del personaje de que no sean leídas. Carlos parece debatirse todo el tiempo entre lo que puede escribir y lo que no, aprisionado en un dilema moral asfixiante. ¿Diría que, en este sentido, Carlos es un personaje representativo de su generación?

-La idea de darle a la novela forma de diario nace de lo mucho que me interesa el género, aunque la verdad es que nunca he escrito uno. Siempre me he preguntado por los motivos que pueden llevar a una persona a hacerlo. Si eres escritor y escribes un diario con la intención de publicarlo, en ese caso funcionaría como cualquier otro libro. Pero, ¿por qué tanta gente escribe sobre sus experiencias de manera secreta, para absolutamente ningún lector? Es una paradoja significativa, porque la escritura, como acto de comunicación, busca siempre lectores, pero el diario los evita. Carlos escribe para sí mismo, como un desahogo, pero teme que el diario pueda ser leído y por eso tacha algunos pasajes. Así que la novela, como dices, se mueve entre la tensión entre lo que el personaje quiere escribir y lo que entiende que puede escribir. En cuanto a que pueda ser representativo, yo no hablaría en términos generacionales, pero Carlos responde a un perfil muy habitual: el de quienes hablan con toda la tranquilidad porque saben que luego pueden desdecirse, matizar que eso no fue exactamente lo que dijeron o atribuir razones al contexto, pero luego son muy cautos a la hora de escribir porque saben que ahí la manipulación es más compleja. Carlos, como te decía, no percibe nada malo en su manera de actuar, pero al mismo tiempo considera que ciertas cosas no deben ser leídas. 

-Si trasladáramos este debate a la política…

-… no daríamos abasto.

-En Yo que fui un perro conocemos al resto de personajes a través de Carlos. Por lo que podemos intuir, Yolanda, el objeto de su obsesión, no parece conformarse precisamente con el perfil de víctima. ¿Le resultó difícil construirla desde la estrecha mirada de Carlos?

-Tenía claro que Yolanda no iba a conformarse con ser lo que Carlos quería que fuese. De hecho, en la novela le planta cara y tiene un gesto de rebeldía bastante contundente. Los maltratadores se dirigen a sus víctimas con una conciencia muy plena: están convencidos de qué es lo que necesita la persona con la que se obsesionan y hacen todo lo posible por llevarla por el buen camino, aunque oponga resistencia. La cuestión es que Yolanda se resiste, de ninguna forma acepta el molde en el que Carlos quiere encajarla. Al mismo tiempo, sin embargo, está enamorada de Carlos. Y eso la lleva a asumir decisiones difíciles. De Carlos también podemos decir que está enamorado, pero su manera de dirigirse a Yolanda está marcada por la frustración. Como leí recientemente, los celos consisten en la sospecha de que otro te puede amar mejor yo. 

"El maltratador vive convencido de lo que necesita su víctima y empeñado en llevarla por el buen camino, aunque se resista"

-Después de tantos testimonios reales y de tanta investigación periodística aparecida en los últimos años sobre el maltrato y la violencia de género, ¿es tal vez Yo que fui un perro una reivindicación del modo en que la ficción puede contar las cosas, distinto pero revelador más allá de los datos?

-Por supuesto. A mí interesa la literatura, no la sociología.

-Entiendo que es así bajo la premisa, como afirmaba Milan Kundera, de que el novelista es un explorador de la experiencia, incluidas sus zonas más turbias.

-David Lynch decía algo muy interesante al respecto: “Cuanta más oscuridad eres capaz de soportar, más luz podrás ver”. La creación literaria trata justamente de esto: de alumbrar territorios en penumbra. El resto es entretenimiento.

-¿Aunque eso pase por acercar al lector a un personaje tan detestable como Carlos?

-Sí. Si escribes prestando atención únicamente a lo aceptado en cada momento, a lo que previsible va a funcionar, lo que tienes no es un hogar al que pueda entrar el lector, sino algo más parecido a una tienda. Yo quiero que mis lectores entren a mi hogar y saquen sus propias conclusiones.      

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