Crítica danza · In vino veritas

Una bacanal entre los efluvios

La apertura de un ciclo de danza contemporánea tiene que ser motivo de alegría. Aunque tan sólo sea por comprobar que en esta ciudad -eterna aspirante a contemplar la cultura- alguien arriesga y da sentido a la manida intencion de "captar nuevos públicos". El miércoles el Teatro Echegaray le dio una oportunidad a la escena menos complaciente con In Vino veritas, el primero de los tres espectáculos programados. Lástima que tan sólo se atreviera a comprobarlos una treintena de espectadores. Alguien debería advertir a los alumnos del Conservatorio de Danza de que la asistencia a espectáculos de su disciplina contribuye, cuando menos, a su formación.

Sea como fuere, a la compañía Alicia Soto-Hojarasca le tocó inaugurar el ciclo con una suerte de bacanal disfrazada de acción teatral y dancística. Pero ni lo uno ni lo otro. Llámenme antigua, pero cuando una va a ver danza lo que quiere es, pues eso, danzar. En In vino veritas se baila poco, se interpreta algo más, pero el experimento flaquea. Cierto es que el planteamiento inicial brinda enormes oportunidades para el disfrute estético. Tres mujeres con sed de lujuria en torno a un Baco extasiado con sobredosis de vino en vena no puede dejar indiferente. Entre fragmentos de ópera, rock y hasta ritmos tropicales se mueven sus protagonistas, con acierto en la elección musical y la puesta en escena -por momentos la imagen devuelve un voluptuoso fresco del XVI- y tropiezos en la dimensión coreográfica. Que alguien me explique qué aporta a la exaltación del ritual del vino desprenderse de unas bragas de encaje y lanzarlas al público, o jugar con un pez aturdido en su pecera. Por fortuna, entre tanto caos un soberbio Alberto Velasco -el mismo que deslumbrara en el Requiem de Mozart de Marta Carrasco- aportó un mínimo de coherencia a tanta catarsis etílica. Y, además, bailó.

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