El mueble | Crítica

Bodas de plata en Ikea

Gema Matarranz y Alejandro Vera, en 'El mueble', de Histrión Teatro.

Gema Matarranz y Alejandro Vera, en 'El mueble', de Histrión Teatro. / Histrión

El bautizo de un mueble contrachapado con el nombre del filósofo alemán al que odiaron por igual nazis y comunistas confirma que los altares de la sociedad de consumo no son, ni mucho menos, arbitrarios. Pero no hay que ir tan lejos: una emblemática estantería de Ikea puede servir en bandeja la historia de una pareja que, abrazada la madurez (ciertamente hay pocas palabras tan odiosas), da buena cuenta de las palabras dichas y calladas a lo largo de veinticinco años de matrimonio. En su última obra para Histrión Teatro, Juan Carlos Rubio vuelve a rematar la comedia perfecta, en un puzle de emociones en el que la conjunción de las piezas destapa esencias harto placenteras. El registro romántico se vuelve aquí, a base de dolores de espalda, de carreras truncadas y de expectativas insatisfechas inevitablemente agridulce, aunque lo mejor es el modo en que se invita al espectador a seguir las pesquisas respecto a las verdades expresadas y silenciadas mientras el pobre mueble sufre su particular montaje y desmontaje. Un servidor, tal vez, habría añadido un pelín más de mala uva, una presión algo más dolorosa en la herida, aunque sólo fuese por hacer del invento algo menos previsible. En cualquier caso, el viaje sentimental recorrido es pleno, reconfortante y muy de agradecer.

Claro que nada de esto sucedería sin unos intérpretes a la altura. Alejandro Vera y Gema Matarranz componen un preciso duelo dialéctico en cuanto a caracteres, equilibrado en los contrarios, muy eficaz tanto en las risas como en los tragos amargos y bien resuelto como objeto teatral. Uno sólo puede reafirmarse en la certeza de que Gema Matarranz es una de las mejores actrices que ha dado este país, y eso, oigan, es un lujo. Si hay que mandar a hacer gárgaras a El Corte Inglés, que lo haga ella.

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