José María Pou | Actor

“El público nunca esperaría de mí que hiciera una gilipollez y yo me atengo a eso”

  • Dos años después de ‘Moby Dick’, el intérprete regresará a Málaga del 8 al 10 de enero con tres funciones de ‘Viejo amigo Cicerón’, bajo la dirección de Mario Gas, en el Teatro del Soho

José María Pou (Mollet del Vallès, 1944), en ‘Viejo amigo Cicerón’.

José María Pou (Mollet del Vallès, 1944), en ‘Viejo amigo Cicerón’. / Teatre Romea

Justo dos años después de su última visita a Málaga, entonces bajo la piel del Capitán Ahab con Moby Dick en el Teatro Cervantes, José María Pou (Mollet del Vallès, Barcelona, 1944), patrimonio vivo del teatro contemporáneo, regresará a Málaga del 8 al 10 de enero, esta vez en el Teatro del Soho Caixabank, con Viejo amigo Cicerón, la obra de Ernesto Caballero en la que encarna al político romano bajo la dirección de Mario Gas.

-¿En qué medida es Viejo amigo Cicerón una continuación o una reválida de aquel Sócrates que estrenó también con Mario Gas en el Festival de Mérida en 2015?

-Son dos proyectos distintos. Habrá algunos nexos, seguro, pero en todo caso se darán a posteriori. Sócrates nació como una isla, no teníamos ninguna intención de hacer una trilogía de personajes históricos ni nada parecido. Pero sí que nos sorprendió la buena acogida que tuvo aquella obra. Pensamos que tendríamos sólo unas cuantas funciones tras el estreno y nos vimos metidos en una gira larga con los teatros llenos. Al terminar empecé con Moby Dick, pero, dado el éxito de Sócrates, el Festival de Mérida mostró mucho interés en que Mario Gas y yo pusiéramos en marcha un proyecto parecido. Durante algún tiempo barajamos varias posibilidades sin que nos convenciera ninguna, hasta que reparé en que la Royal Shakespeare Company había estrenado en Londres una adaptación de la novela de Robert Harris Imperium, una especie de biografía de Cicerón en clave de ficción. Aunque no pude ver aquel montaje, aquello despertó mi interés por Cicerón, leí de él y sobre él todo lo que pude y le hice una propuesta a Focus para un espectáculo. A Mario Gas le encantó la idea y Focus encargó la obra a Ernesto Caballero. Estrenamos la obra en Mérida el verano de 2019 y, aunque el pasado marzo tuvimos que interrumpir la gira, pudimos recuperarla en septiembre prácticamente en su integridad.

-¿Qué faceta de Cicerón despertó más su interés?

-De entrada, Cicerón perdió la vida por defender la libertad. Llegó a enfrentarse a Julio César, quien había sido su amigo, cuando vio que la libertad de Roma corría un serio peligro. Esa determinación, el modo en que Cicerón hace frente a su propio conflicto de intereses, ya nos habla de un personaje fascinante. Pero, además, Cicerón nos daba la oportunidad de abordar cuestiones candentes de la política actual desde una figura clásica. Todo lo que digo yo en escena es Cicerón puro, y de hecho Ernesto Caballero se atuvo a esta premisa cuando escribió el texto. Y eso despierta emociones muy poderosas en el público. Cuando afirmo que “no necesitamos héroes, sino elegir a los mejores para que nos representen”, percibo cómo los espectadores se revuelven en sus asientos. Comprenden que estamos hablando del presente, aunque sea a través de una figura histórica de la antigua Roma.

-Imagino que la puesta en escena contemporánea contribuirá a reforzar esa percepción.

-Así es. Después de hacer de Sócrates, a quien interpreté con una indumentaria propia de la antigua Grecia, no me apetecía pasar por lo mismo. Fue otra de las consignas que planteé a Ernesto Caballero: nada de ir de romano. Y Caballero encontró la solución perfecta haciendo una propuesta de teatro dentro del teatro. Viejo amigo Cicerón está ambientada en una biblioteca pública a donde acude un estudiante para hacer un trabajo sobre Cicerón. En un momento cae dormido y, al despertar, encuentra un hombre con pinta de profesor, algo desfasado, que parece haber ido allí a devolver unos libros. Este hombre y el estudiante empiezan a debatir sobre Cicerón, sobre su vida y su pensamiento, hasta que finalmente este extraño personaje confiesa al joven que él mismo es Cicerón, en carne y hueso. Esta opción nos permitía además hacer presente a Cicerón a través del diálogo, algo muy interesante porque es así como el personaje demuestra el poder de persuasión de la palabra y de la elocuencia. En la obra damos además saltos en el tiempo, lo mismo estamos en la antigua Roma que en el mundo actual. Y esto refuerza la impresión en el público de que nuestra vida política ya fue anticipada de alguna forma hace miles de años.

"La opción por Cicerón nos permitía abordar cuestiones de la política actual desde una figura clásica"

-¿Cómo se construyen personajes como Sócrates o Cicerón, entidades que, más que figuras históricas, son en sí una filosofía?

-Fue más difícil interpretar a Sócrates. Primero, porque no dejó nada escrito, había que llegar a él de manera indirecta, a través de los diálogos de Platón; pero también porque en aquella obra tenía que dar vida al Sócrates histórico, tal cual, sin ninguna mediación. Aquí me corresponde hacer de alguien que está a medio camino entre Cicerón y alguien de nuestro mundo, y eso me da mucha más libertad aunque dentro siempre de una verdad profundamente ciceroniana. Esa libertad me permite, por ejemplo, indagar en el contraste entre el hombre y el político. Cuando mi personaje dice “lo que dejas de ti no es tanto lo que queda grabado en la piedra como lo que queda fijado en las vidas de los demás”, está refiriéndose a la política pero también a algo más íntimo. Lo mismo sucede cuando dice “el maestro no enseña lo que sabe, sino lo que es”.

-¿Ha reforzado Cicerón su confianza en el teatro como una escuela de participación cívica?

-Siempre he tenido esa convicción: que lo que hago pueda servir para algo. El primer criterio que he seguido en cada cosa que he hecho ha sido siempre que el público saliera del teatro algo mejor de como entró. La posibilidad de conmover, de hacer pensar. Es lo que llamo la elevación moral del espectador: el teatro nos hace estar un poquito por encima de la media. Una obra que no lo busque no me interesa.

-¿Y no le preocupa, entonces, que el público vaya al teatro a verle por ver a Pou, no a sus personajes? ¿Que para el espectador usted sea el fin, no el medio?

-Sí, me preocupa, y durante muchos años esa preocupación me ha pesado bastante. Pero, al mismo tiempo, soy consciente de que mucha gente viene a verme con la confianza puesta en que no les voy a defraudar. El público nunca esperaría de mí que hiciera una gilipollez y yo me atengo a eso. Que alguien vaya al teatro a ver una obra en la que trabajo me parece un acto de generosidad enorme, y lo mínimo que puedo hacer es evitar que pierda el tiempo. Ahora bien, dentro de esta responsabilidad, soy consciente de que no siempre se lo he puesto fácil al público. En ocasiones le exigido mucha atención y concentración para ofrecerle platos difíciles de digerir.

-¿Por ejemplo?

-La cabra de Albee llevaba a mucha gente a una coyuntura en la que no esperaba verse, y no siempre es sencillo aceptar eso. Moby Dick, a su manera, también era un trago complicado. Lo mismo que el Rey Lear. Pero también te digo que lo que me produce más satisfacción es que alguien vaya al teatro para verme en escena y tenga que vérselas con Albee, con Melville o con Shakespeare. Eso me hace muy, muy feliz, porque entiendo que ese alguien no se va de vacío, que ha venido a buscar una cosa y se lleva otra.

-¿Se ha arrepentido de haber rechazado algún personaje?

-Pues déjame que piense...

-Si tiene que pensárselo es que no se arrepiente.

-Tienes razón. Después de 52 años de profesión no lamento haber rechazado hacer un personaje en concreto, sino no haber podido interpretar personajes a los que sí me habría gustado dar vida pero a los que tuve que renunciar porque tenía otros compromisos. Mario Gas, precisamente, me ofreció estrenar en el Grec un Otelo para llevarlo después de gira, pero tuve que renunciar porque ya había firmado un contrato. Y bien que lamenté no poder hacerlo. Lo mismo me sucedió con Willy Loman, de Muerte de un viajante: siempre he pensado que ese personaje estaba hecho para mí, y cuando lo tuve al alcance tuve que renunciar. Pero es que soy así de obstinado. No puedo dejar una función a medias.

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