Sergio Chejfec. Escritor

"La literatura se ha infectado de su propia disolución: el mundo ya no se puede narrar"

  • El argentino, autor de la aclamada novela 'Mis dos mundos', presenta hoy a las 19:30 en Cincoechegaray su último libro publicado en España, 'Baroni: un viaje' (Candaya), celebración de la inocencia y el arte rural

La aparición en 2009 de la novela Mis dos mundos (Candaya), considerada la mejor del año por la revista Quimera y aclamada por autores como Enrique Vila-Matas, sirvió de excelente carta de presentación en España para Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), un escritor de amplia proyección en Argentina a pesar de que desde 1990 ha vivido en Caracas y en Nueva York y de que su literatura, deliciosa, es voluntariamente minoritaria. Hoy presenta en la librería Cincoechegaray Baroni: un viaje, retrato de la artista venezolana Rafaela Baroni y un nuevo festín de sensibilidad lingüística y humana.

-¿En qué momento decidió convertir a Rafaela Baroni en un personaje literario?

-Seguía la obra de Baroni desde hace tiempo. Antes de conocerla había visto sus creaciones en museos y catálogos, y siempre me interesó. Sabía que vivía en un pequeño pueblo de la precordillera venelozana, que tallaba en madera pequeñas esculturas religiosas y que también se dedicaba a curar enfermos. Pero cuando la conocí personalmente me pareció una persona aún más contradictoria y fascinante. Mientras viví en Caracas comencé a escribir un ensayo sobre su arte, pero luego decidí abordar otro tipo de texto, algo que no fuera biografía, ni novela ni crónica, sino una mezcla de todo. Este punto de vista me pareció el más acertado.

-La voz es un elemento fundamental del libro, hasta el punto de que asume las reflexiones de Baroni sobre la muerte y la naturaleza como propias. ¿Forma parte esta estrategia del homenaje?

-Es cierto que hay una identificación que pasa por la admiración hacia ese arte inocente. La mirada de Baroni es simple, nada sofisticada, como corresponde a una artista autodidacta sin formación técnica, de origen campesino y una profunda convicción religiosa. Precisamente por esto algunos la consideran en su país una artesana y no una artista, pero lo cierto es que ante un arte sencillo y elocuente a uno le quedan menos defensas que esgrimir. Eso sí, también es verdad que la novela utiliza a Baroni como excusa para escribir sobre el arte y el paisaje; el narrador, esa voz de la que hablas, es un personaje vampírico.

-Teniendo en cuenta que en los últimos veinte años ha vivido entre Caracas y Nueva York, ¿en qué medida representa Baroni su Arcadia, su remanso de paz?

-El libro tiene ciertamente muchas intenciones bucólicas, por la admiración de ese mundo rural como un paisaje pacífico y sin problemas. Pero ese mismo mundo supuso para mí un reto por su inevitable vinculación con el realismo mágico, una convención de la que me siento muy alejado y que ya se ha quedado adocenada y estereotipada. Así que el reto era ese, partir del mismo material del realismo mágico para superarlo, o al menos hacer algo completamente distinto.

-Tanto Mis dos mundos como Baroni: un viaje se articulan en esa mezcla de géneros a la que se refería. ¿No le interesa la ficción pura?

-En realidad toda mi obra parte de ese mismo tono reflexivo. Mis novelas no avanzan en función de una trama sino de digresiones y conceptos. Sencillamente, nunca me ha salido algo más convencional, ni creo que me salga. Me gusta la literatura que tiende a confundir valores de realidad y falsedad, no la que pretende calcar la realidad. Además, creo que esta confusión es más realista que lo pretendidamente realista.

-Esa apreciación coincide con la de escritores como Enrique Vila-Matas, sobre todo cuando apuntan por dónde irán los tiros.

-Sí, creo que esa expresión es muy correcta. Este ejercicio responde a la sensibilidad de la época. La literatura ha incorporado a sus formas la decepción hacia sus mecanismos de representación, como el resto de las artes. Se ha contaminado de su propia disolución, porque la literatura compite con otro tipo de textos y de tecnologías que han reducido notablemente su espacio. El mundo ya no se puede narrar. Al propiciar esa confusión entre ficción y realidad, lo que hace la literatura es convertir la pérdida de su objeto en un nuevo objeto.

-Pero esa interpretación no deja de ser pesimista.

-Claro, es absolutamente pesimista. Sin embargo, yo eliminaría cualquier connotación negativa de ese pesimismo, porque sin esos procesos el arte estaría condenado a repetirse y dejaría de conmover. La disolución forma parte de los mecanismos de que dispone la literatura para renovar sus argumentos. Históricamente, de hecho, siempre se ha tendido a la decepción para revelar anteriores periodos sombríos. De cualquier forma, una nunca piensa que esté escribiendo la literatura definitiva.

-Mis dos mundos supuso una verdadera revelación en España, a pesar de que usted no era precisamente nuevo en esto de la literatura. ¿Cómo lo vivió?

-Desde hace años Alfaguara publica mis libros en Argentina, pero por una cuestión editorial no han tenido distribución aquí. Cuando se me presentó la oportunidad de hacerlo a través de un sello relativamente pequeño como Candaya y con Mis dos mundos, no lo dudé. Y ha sido una experiencia muy gratificante. He descubierto, por ejemplo, que aquí en España todo funciona mediante un sistema capilar en el que participan las editoriales, la prensa y las librerías, mucha gente ávida de novedades. Y además, he podido hablar sobre mi obra desde la nada, partiendo de cero. Como un desconocido. Y esto lo veo como un halago.

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