Literatura

Montaigne en Gibralfaro

El escritor Alfredo Fierro (Soria, 1936).

El escritor Alfredo Fierro (Soria, 1936). / Málaga Hoy

Admite Alfredo Fierro (Soria, 1936), con su bonhomía característica, que “lectores, lo que son lectores, no tengo muchos”. Añade, eso sí, ya desde una sonrisa: “Pero me queda el consuelo de ser eso que llaman un escritor de culto”. Desde la firmeza que la perspectiva crítica más rigurosa podría permitirnos, sin embargo, convendría reconocer a Fierro como una verdadera autoridad intelectual entre la última España en la que decir algo así sigue teniendo sentido. Su compromiso al respecto ha estado centrado siempre en el ideal humanista del buen vivir, articulado tanto en diversos tratados de psicología (materia en la que figura como catedrático emérito en la Universidad de Málaga); en su trilogía divulgativa publicada entre 2000 y 2015 (Sobre la vida feliz, La vida, manual de instrucciones y Del arte de vivir y otros saberes); y en otros títulos más fieles a la propia tradición humanista, como Humana ciencia (2011) y Heterodoxia (2006), obra reconocida con el Premio de Ensayo Fray Luis León. Justo en esta tercera categoría corresponde inscribir su nuevo libro, La escritura del mundo, que acaba de publicar la editorial El Toro Celeste y con la que el autor ganó el Premio Málaga de Investigación, convocado por la Academia de Bellas Artes de San Telmo y la Fundación Málaga, en su edición del año pasado. Admite Fierro que la idea de que un escritor escribe para ser querido no le inquieta demasiado “porque ya soy suficientemente feliz y querido”, aunque, puntualiza, “nunca está mal que a uno le quieran un poco más”. En cualquier caso, La escritura del mundo representa un argumento definitivo para que la posición magistral de Alfredo Fierro en el pensamiento contemporáneo quede reforzada en consecuencia.

"Lectores, lo que son lectores, no tengo muchos. Pero me queda el consuelo de ser eso que llaman un escritor de culto"

Armado a través de una estructura fragmentaria, propia del diario o de la colección de apuntes, el libro propone una revisión del empeño mostrado a lo largo de la historia por numerosos autores en escribir el mundo; esto es, en contener la experiencia del mismo en un medio tan frágil y a la vez poderoso como el lenguaje. La obra abarca así desde el mismo hecho común de la escritura, la penetración en la página en blanco en busca del texto, hasta proyectos en los que esa escritura ha aspirado a una comprensión universal del conocimiento, como los Ensayos de Montaigne, el alumbramiento de la Enciclopedia de D’Alembert y Diderot, la creación de las primeras bibliotecas, la definición del canon literario y su evolución y la hipertextualidad contemporánea del conocimiento en Internet. Resultaría oportuno, sin embargo, incluir en este catálogo de pulsos a la palabra la propia factura de La escritura del mundo, en la que Alfredo Fierro ha invertido dos décadas de trabajo: “Comencé escribiendo el libro en paralelo a Humana ciencia y Heterodoxia, con los que está relacionado de manera evidente. La primera versión llegó a superar las mil páginas, pero entendí pronto que, para que alguien decidiera publicarlo, debía reducir su extensión. Emprendí así una ardua tarea de revisión para la que me resultó particularmente beneficioso el confinamiento de 2020. Finalmente, pude terminar el libro en su forma más beneficiosa para el lector”. 

Ejemplares de 'La escritura del mundo'. Ejemplares de 'La escritura del mundo'.

Ejemplares de 'La escritura del mundo'. / El Toro Celeste

En gran medida, La escritura del mundo es una reivindicación de las posibilidades del humanismo en el siglo XXI frente a las tentaciones hegemónicas del posthumanismo y el transhumanismo, si entendemos el humanismo como la consideración del conocimiento, o la sabiduría, en la consecución del ideal del buen vivir. Semejante continuidad pasa por la prolongación de la identidad del conocimiento, con sus correspondientes mutaciones, dentro del paradigma tecnológico o, quizá, de manera independiente del mismo: “Probablemente en el futuro la sabiduría continuará moviéndose detrás de la tecnología y más despacio que ella. Con toda seguridad será una sabiduría de sustrato diferente de la humanista basada en los libros y las artes. A la sabiduría de la era de Gutenberg le sucederán la audiovisual y la de los macrodatos, de la comunicación por fibra óptica o por Li-Fi, la de los superordenadores en red. De momento, sin embargo, no se cuenta con eso; y los análisis, sin distraerse con imágenes de un futuro en parte pronosticado y, en otra parte, fantaseado, han de regresar a nuestros días para apañarse con la sabiduría actualmente disponible”, escribe Fierro en su libro. El objetivo de esta distinción no es otro que la definición del buen vivir, esto es, la felicidad vinculada a la sabiduría: “Felicidad no es vida indolora, anestesia o analgesia. Es más que remanso de paz o calma, aunque un buen sosiego pueda resultar casi indiscernible del buen vivir. La ataraxia, la serenidad es, desde luego, una vertiente de la dicha. Por otra parte, sin embargo, también se da una felicidad pasional, tumultuosa. Secreto de la felicidad es saber transitar a través de incidencias contrapuestas y también de fugaces humores, de mudados estados de ánimo”, matiza el autor al respecto.

Poco afín a las etiquetas propias del intelectual y el filósofo, Alfredo Fierro considera que, en su afán hacia el buen vivir, “como escritor he terminado siendo un moralista”. Pero no de cualquier modo: las páginas de ‘La escritura del mundo’ comparten el mismo abrazo al lector que aspiraba a brindar Montaigne en las suyas. He aquí, al fin, a nuestro Montaigne, susceptible de la familiaridad vecinal, al que podríamos encontrar dando un paseo o tomando un café en Gibralfaro mientras sea su mirada la que nos escriba. 

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