Cultura

Un óleo titulado Marrakech

'Marrakech',  de Enrique Simonet Lombardo

'Marrakech', de Enrique Simonet Lombardo / M.H. (Málaga)

Una pintura es una forma de expresión artística de un sentimiento, una experiencia, una visión o la simple crónica de un suceso, siempre según unos determinados valores estéticos. Por ello su concepción tiene detrás una historia, una causa por la que el pintor realiza esa pintura. Esta es la historia de un óleo de Enrique Simonet Lombardo (1866 – 1927) que tienen su origen en uno de los conflictos de la Guerra de Marruecos. A grandes rasgos, estos son los hechos que dieron lugar a que el pintor concibiera la obra.

En 1859, el Gobierno de la Unión Liberal presidido por el general O’Donnell, harto de que se produjesen reiterados ataques a las plazas de Ceuta y Melilla, declaró la guerra al sultanato de Marruecos, aunque realmente iba más dirigida a los grupos de marroquíes rifeños que, poco o nada, estaban controlados por el sultán. Esta primera guerra hispano-marroquí terminó pronto. Después de que los españoles tomaran Tetuán, se dirigieron a Tánger donde se libró la dura batalla de Uad-Ras, tras la que el príncipe Muley el Abbas se apresuró a solicitar que se negociara la paz. El Tratado de Paz se firmó en Abril de 1860. No dejó contenta a la población española este Tratado ya que la victoria fue pírrica. Demasiados muertos, entre los caídos en combate y las bajas causadas por enfermedades, especialmente el cólera, a juicio de la gente, para lo conseguido. “Una guerra grande” para una “paz chica”, decían.

Pero después vino lo peor (cosas así me han hecho pensar que España, en política internacional y el arte de la diplomacia, es y ha sido siempre un auténtico desastre). El Tratado dejaba a la autoridad del sultán la vigilancia y mantenimiento de los límites acordados para el campo exterior de Melilla. Como la autoridad y el mantenimiento del estatus quo se hacía imposible para el sultán y, según lo acordado en el Tratado de Paz, las tropas españolas no podían entrar en territorio marroquí para tomar represalias, los rifeños de las cabilas cercanas a Melilla no cesaban en su acoso. La plaza de Melilla quedó durante un tiempo inerme. Ante ello el comandante general de Melilla, García Margallo, dentro del plan de obras de fortificación de la ciudad, decidió comenzar las obras de uno de los fortines que estaba situado junto a una mezquita y el cementerio de Sidi Aguariach, lugar santo para los cabileños.

La invasión de esa zona sagrada exasperó los ánimos de los nativos marroquíes que pronto reunieron un ejército de más de seis mil soldados, procedentes de treinta y nueve cabilas de los alrededores de Melilla, y se dispusieron a tomar la plaza. Ésta no contaba más que con unos cuatrocientos soldados para defenderla, pero disponían de artillería pesada, algo de lo que no disponían los asaltantes. Rechazado el primer ataque de los sitiadores la artillería comenzó a bombardear la zona donde se asentaron las tribus rebeldes y, de paso, se llevó por delante la mezquita, que quedó destruida y el cementerio. Lo que comenzó como una sublevación para detener la construcción de un fortín, terminó en una guerra santa. Corría el mes de octubre de 1893 cuando dio comienzo esta guerra que fue llamada, la Guerra de Margallo y que no terminó hasta abril de 1894.

De todo Marruecos se unieron voluntarios para combatir en la yihad y en pocos días reunieron más de 20.000 hombres y 5.000 caballos. España, por su parte envió artillería naval y tropas para hacer frente a una guerra que se había tornado bastante seria, aun cuando el sultán de Marruecos, Hassan I daba la razón a España en su derecho a construir las fortificaciones. Fue incapaz el sultán de apaciguar la yihad, pero la guerra, con sus derrotas y victorias de una y otra parte, terminó ganándola España gracias a su potencial naval y definitivamente por la arribada a Melilla del general Martínez Campos con 7.000 hombres, suficientes para la formación de dos cuerpos de ejército. La guerra se había llevado por delante al general Margallo. Años después vendría el Protectorado de Marruecos, ejercido entre Francia y España, y la Segunda Guerra de Marruecos o Guerra del Rif que comenzaría en 1911 y terminaría en 1927. Pero sigamos con el fin de la Guerra de Margallo.

En enero de 1984, el general Martínez Campos encabezó la expedición de la Embajada española extraordinaria que tenía como misión llegar a un acuerdo con el sultán Muley Hassan y dar por finalizada la guerra iniciada en 1893 por las cabilas rifeñas del entorno de Melilla. La reunión habría de celebrarse” en los jardines de La Mamounia, una finca en las afueras de la kasbah de Marrakech que el rey Mohamed III (s.XVIII) le regaló a su hijo Mulay y que adquirió fama por ser el escenario de fiestas dignas de Las mil y una noches.

Por aquellas fechas en las que Martínez Campos iba al encuentro de Mulay Hassan, no existían los fotógrafos de prensa y, por tanto el recurso ilustrativo era echar mano de algún pintor o dibujante para inmortalizar el suceso. Por esas fechas el pintor valenciano de padres malagueños, Enrique Simonet Lombardo, vinculado al círculo de la llamada Escuela Malagueña del XIX, trabajaba como corresponsal de la revista La ilustración Española y Americana, por lo que acompañó a Martínez Campos en la expedición a Marrakech. De aquél viaje hizo apuntes destinado a ilustrar la crónica y se publicaron numerosos grabados en la citada publicación.

Desde el siglo XVIII y todo el XIX se extiende por Europa la corriente artística orientalista, basada más en el tema que en el estilo. Tanto en la literatura como en la pintura. La fascinación por lo oriental excita las fantasías enardecidas por obras como Las mil y una noches o Los cuentos de la Alhambra de Washington Irving, mientras que en España, la guerra con Marruecos, la crueldad de los combates y la victoria, se refleja en los lienzos junto al gusto por el orientalismo.

Mientras en Europa, el amor que raya en erotismo, la sensualidad y la estética de vestuarios, danzas, combates, harenes o jardines fabulosos, queda plasmado por pintores como Delacroix, Ingres o Guillaumet, en España, junto a la pintura orientalista romántica, los estragos de la guerra con Marruecos, quedan plasmados en los lienzos de algunos pintores de la época. Como es el caso de Mariano Fortuny con sus obras La batalla de Tetuán o La batalla de Wad-Ras.

La Escuela Malagueña no queda ajena a esta corriente y algunos pintores entran en la crónica cruel de la primera guerra de Marruecos, como Muñoz Degrain con su obra El cabo Noval, en el que se representa la heroicidad de un cabo que dio su vida por avisar a sus compañeros de un traicionero ataque nocturno. Pero son otros muchos los que se fijan en Marruecos para realizar una obra orientalista amable y sensual, pintura costumbrista que necesita más del conocimiento de lo que se plasma que de la imaginación en el taller. Ahí se encuentra al pintor por excelencia de Marruecos: Mariano Bertuchi, el pintor del Protectorado.

Como ya hemos dicho, Enrique Simonet Lombardo forma parte de los ilustradores en la relatada Guerra de Margallo y publica en “La ilustración Española y Americana” numerosos grabados de los hechos que ha cubierto en sus misiones como reportero gráfico. Alguno de esos grabados fueron convertidos en cuadros al óleo sobre lienzo, y uno de ellos fue la obra que nos ocupa titulada “Marrakech” que tuvo su origen en la reunión que Martínez Campos mantuvo con el sultán Muley Hassan en La Mamounia. El cuadro, de 100 cm. de largo por 60cm. de alto, muestra un precioso paisaje de las murallas de los jardines de la Mamounia, con un grupo de marroquíes sentado entre unas palmeras y, al fondo, la cordillera nevada del Atlas. Lo que hace de este lienzo un documento histórico es que el autor lo firmó con una leyenda en la esquina inferior izquierda en la que se lee: “E. Simonet. Marruecos. Ejecutado durante la Embajada extraordinaria de Martínez Campos en 1894”. Se ha de tener en cuenta que el nombre de Marruecos en castellano antiguo es Marrakech, de ahí que sea éste el titulo del lienzo. Lienzo que pertenece en la actualidad a una colección privada.

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