Rafael Argullol. Escritor y pensador

"El problema en España no es la falta de democracia, sino la de libertad individual"

  • El autor de 'Visión desde el fondo del mar' entabló el viernes un diálogo con Maite Méndez Baiges en el Centro Pompidou sobre la vigencia de las vanguardias. Antes recibió a 'Málaga Hoy'.

El patio del hotel donde transcurre la entrevista está presidido por un retrato de María Zambrano. Rafael Argullol (Barcelona, 1949) recuerda el día en que la conoció, y al ser preguntado por el presunto carácter intimidatorio de la veleña, responde: "Sí, imponía, es cierto. Con esa voz, sin parar de fumar, bebiendo whisky... Parecía un hombre. Ella estaba con Rosa Chacel, yo tenía 25 años y, claro, me sentía muy pequeño delante de las dos". Catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Pompeu Fabra, autor de una extensa nómina de títulos en narrativa, ensayo y poesía, Argullol es una referencia imprescindible del pensamiento español del último medio siglo. El pasado viernes mantuvo un diálogo con la profesora de la Universidad de Málaga Maite Méndez Baiges en el Centro Pompidou sobre la vigencia de las vanguardias, dentro del ciclo Bifurcaciones. Antes, atendió a Málaga Hoy para la entrevista.

-No hace mucho leí un artículo suyo en el que reflexionaba sobre la historia de España como una sucesión de frustraciones en pos de una modernidad imposible.

-En España, el acceso a una idea de modernidad se ha frustrado cuatro veces; la primera, con la expulsión de los judíos hace quinientos años y la actuación de la Inquisición en la Contrarreforma: la segunda, con el proceso ilustrado a mediados del siglo XVIII, que terminó con Fernando VII; la tercera transcurre a lo largo del siglo XX y acaba con la Guerra Civil; y la cuarta empieza con el espíritu reformista del postfranquismo y acaba precisamente en estos últimos lustros. Ahora, justamente, estaríamos de nuevo en plena Contrarreforma. La cuarta.

-Mi pregunta es si podríamos establecer una lectura paralela de la historia del arte en España, como la de una infructuosa búsqueda de la modernidad.

-No creo que puedan hacerse paralelismos estrictos. Poco antes de la primera Contrarreforma, y gracias a sus universidades, España era tal vez el país de Europa que más facilidades tenía para recibir el humanismo italiano, aunque todo esto se frustró con la expulsión de los judíos, que obligó a salir de aquí a mucha gente sabía leer y escribir. Pero esta primera Contrarreforma se enrosca con el Siglo de Oro, de manera que los ritmos del arte y sus contraposiciones de civilización no siempre van a la par: tenemos aquí a Cervantes, a Velázquez, a San Juan de la Cruz, en plena Contrarreforma. La segunda genera nada menos que al principal pintor romántico europeo, Goya, que también es una fuente clave de acceso a la modernidad. En la tercera Contrarreforma sí hubo artistas que se correspondían con una vanguardia, aunque de una manera sinuosa, como el caso de Picasso, que alcanza su madurez en París. Y en cuanto a la última Contrarreforma, algunos de los mejores exponentes de la vanguardia española del siglo XX empiezan en la época oscura del franquismo; y, sin embargo, encontramos la paradoja de que en las artes visuales quizá fue este periodo más fecundo que el del postfranquismo, mientras que en los años 80 y 90 se dio una buena generación intelectual española que, por razones complejas, ya se ha disuelto. En los 90 algunos creíamos que estábamos homologados a Europa. Y no fue así.

-¿Tal vez esa generación se disolvió porque el medio ha terminado fagocitando el mensaje, sin conformarse con serlo?

-Esto es ya una cuestión universal. Uno de los mayores problemas actuales es que actuamos como nuevos ricos de las nuevas tecnologías, como gente incapaz de hallar matices, de reparar en el claroscuro de las cosas, cegada por su novorriquismo. Si se habló en su momento de la enfermedad infantil del comunismo, hoy podríamos hablar de la enfermedad infantil de las nuevas tecnologías: la confusión del mensaje con el instrumento. Todo esto ha sucedido a una velocidad espectacular, pero creo que en realidad los grandes avances tecnológicos siempre se han dado de esta manera. Heráclito ya se refirió hace 2.500 años a la necesidad de emitir una información proporcional a la comprensión. Creo que, contra esta enfermedad infantil, el antídoto consiste en decir siempre la verdad frente a los gregarismos. En tener libertad de juicio respecto a lo que se pueda considerar o no valioso. Algo que podemos aplicar al arte.

-Y. sin salir del arte, eso nos llevaría a la confusión machadiana de valor y precio.

-Hace ya años que me niego a hablar del arte desde el punto de vista del mercado, porque se ha convertido en una cosa muy pesada. Pero me da la impresión de que también llevamos muchos años con esto. En la segunda mitad del siglo XX, el hecho de que la vanguardia histórica acabara convirtiéndose en un manierismo y en un academicismo derivó en la apertura de casi mil museos de arte contemporáneo en el mundo, y esto también llevó a la necesidad de buscar obra donde no la había. Surgió un problema: la obra de los maestros de las vanguardias históricas ya estaba ocupada. Así que en los años 50 se dio una reinvención contra natura que es el museo de arte contemporáneo. Y digo contra natura porque yo nunca haría museos de artistas contemporáneos. El artista vivo debe estar eso, vivo, trabajando, luchando, en riesgo, y no aspirar al museo, que es un mausoleo para los muertos. La plaga de museos de arte contemporáneo va directamente contra el espíritu de la creación, pero había que alimentarlos de alguna manera, y así nació un hiperhinchado y obsceno mercado del arte que se hunde sin remedio: los autores que a finales del siglo XX estaban muy cotizados ahora no valen un céntimo. Las colecciones de los bancos y de ciertos museos ya no valen nada en un 80%, porque el mercado se inflacionó mucho. Aquí funcionan ahora Antonio López, Barceló, Tàpies y poco más. Así que tenemos no pocos museos cuya obra no vale nada.

-Pero, ¿no se ha convertido la obra de arte en un argumento más, y seguramente no el de mayor peso, para ir a un museo, donde ya se pueden hacer otras muchas cosas o simplemente estar?

-Puede ser. A la gente se le dice eso que comentas, se divulga, porque si la obra que se expone es tan mala, para algo habrá que ir a los museos, aunque sea para tomar un café. Pero eso no puede disimular que hay una auténtica avidez de mucha gente para ver buen arte, en el sentido clásico y tradicional. Recuerdo una exposición de Caravaggio en Barcelona en la que la gente guardaba cola como si fuese un partido de Champions. De modo que, paralelamente a eso que comentas, la gente responde si se ofrece arte de verdad.

-¿Y qué ofrece el arte para seguir recabando un interés que tan a menudo se hace masivo?

-El arte, en todos sus campos, ya sea la pintura, la danza o la literatura, tiene un valor permanente: es el mediador entre el hombre y su enigma. Eso se da así desde las pinturas rupestres hasta una actuación de Pina Bausch. Cuando el arte cumple con esa función ejerce un magnetismo evidente, y esto sucedía, insisto, hace 2.500 años como sucede ahora. El arte es la máscara y a la vez lo que queda cuando la retiras, y esto crea una mezcla de fascinación y necesidad. Después, alrededor de esto, que es tan sencillo y a la vez tan complejo, puedes crear todos los circos y mercados, todos los neos y todos los posts que quieras, pero todo esto es periférico. Y en medio de este batiburrillo de trampas hay gente que crea obras de arte muy buenas, que es capaz de asumir y practicar esta mediación.

-La recepción del arte nos lleva a la educación, otro motor de frustración en España. ¿Cuál es la raíz del problema? ¿Por dónde habría que empezar?

-El problema de la educación en España es consecuencia de las cuatro Contrarreformas de las que hablábamos antes. Lo malo no es el sistema educativo, sino la mentalidad. No hay más que sentarse en el metro o en un restaurante y escuchar las conversaciones: todo emana de una sociedad que no se exige a sí misma tener buenos maestros. Así que el problema no es político, sino ciudadano y mental. Si esto se asumiera así, tal vez la ciudadanía se tomaría la cuestión como algo propio y dejaríamos asistir al espectáculo de la aprobación de siete reformas educativas en poco más de treinta años. Cuando salen los informes catastróficos de la educación en España, siempre hay dos datos que me llaman mucho la atención: los españoles son muy malos en comprensión lectora y en matemáticas. Mi explicación es que tanto las matemáticas como la comprensión lectora requieren un ejercicio de soledad, de estar con uno mismo, de libertad individual y de desapego al gregarismo. Uno no soluciona un problema matemático por estar con mucha gente: tiene que hacerlo solo. Y esto nos lleva a detectar un problema profundo en la sociedad española, que no es la falta histórica de democracia, sino la falta histórica de libertad interior, individual. Sólo llevando este debate a toda la sociedad, de una manera sincera, se podría romper el círculo vicioso. De cualquier forma, con vistas a una posible solución a medio plazo, yo crearía escuelas de magisterio de alto rango. En lugar de llenar España de escuelas de negocio, abriría escuelas de magisterio donde los docentes estuviesen bien remunerados y fuesen, sin más, los mejores. En los países nórdicos se seduce a los mejores estudiantes para que vayan a las escuelas de magisterio. Y, desde luego, es necesario que el pacto vaya más allá de los partidos y los gobiernos.

-A lo que comenta sobre la libertad individual se le puede inferir una clave nietzscheana: posiblemente se carece de ella porque, dado que exige una responsabilidad y hasta una incomodidad, es preferible no tenerla. El gregarismo aporta más tranquilidad y seguridad en tiempos difíciles.

-Así es. Un síntoma de eso que dices es el amor al grito que se profesa en España. El grito es una expresión del gregarismo, y delata que se tiene mucho miedo, especialmente miedo a mirarse a uno mismo. Por eso se grita. Un amigo medio italiano y medio alemán, que ama España, me decía que aquí en las conversaciones siempre gana el que grita más y el que hace la gracieta más fácil. En ambos casos lo que hay es miedo. Por eso España ha tenido tanto miedo a mirarse en el espejo de su propia historia, de la Guerra Civil, de la expulsión de los judíos, de América. Como, colectivamente, nos causa tanto miedo mirarnos al espejo, no deducimos nada. Y también en esto tiene mucho que ver la herencia del Catolicismo, que en España es muy pesada. Más pesada que en Italia, de hecho: en España no hubo un humanismo que pudiera ejercer de contrapeso. Preferimos gritar.

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