Cultura

La provocación como estilo

  • La colección 'Signo e imagen' de la editorial Cátedra ha publicado una excelente monografía dedicada al cineasta holandés Paul Verhoeven

Descubrí el cine de Paul Verhoeven hace treinta y tantos años, ¡loados sean los cielos!, cuando la revista Fotogramas dedicó un reportaje al rodaje en tierras españolas de Los señores del acero (1985). Me encantó lo que leí y créanme que no exagero si digo que no descansé hasta ver aquella película que, para más inri, tuvo una pésima distribución tanto en salas como en formatos domésticos.

Mientras yo me quitaba esa espinita, Verhoeven había debutado en Hollywood con una producción que lo colocó en un primerísimo plano de la escena internacional: RoboCop (1987), notable desde todos los puntos de vista, aunque lo suficientemente equívoca como para iluminar exégesis contrapuestas. Sucede que con Verhoeven muchos críticos no saben con qué carta quedarse.

En su monografía dedicada al cineasta holandés, Jordi Revert ofrece una interesante clave de lectura: Revert habla de él como de un saboteador "cuyo objetivo ha sido dinamitar el tipo de representaciones audiovisuales que el público de casi todo el mundo, inevitablemente marcado por el dominio industrial y de cuotas de pantalla de la cinematografía estadounidense, ha asimilado como naturales". Me parece una imagen muy a propósito y un juicio muy certero.

El cineasta ha acometido esta labor de "sabotaje" con resultados tan escurridizos como estimulantes. En su segundo largometraje norteamericano, Desafío total (1990), Verhoeven aparentemente se plegó al cine de acción hipertrofiado a mayor gloria de su protagonista, Arnold Schwarzenegger -así lo entendimos muchos en su estreno-, cuando la verdad es lo contrario: el director parecía supeditarse a su estrella masculina para entreverar una sutil burla de su imagen cinematográfica y de su estatus de héroe.

En otra aportación posterior al género de ciencia ficción, Brigadas del espacio, Starship Troopers (1997), adaptación de una novela de Robert Anson Heinlein, Verhoeven recurrió a la estética de Lenni Riefensthl y a los recursos de la propaganda militar para denunciar la deriva reaccionaria del american way of life.

Verhoeven no se anduvo con rodeos. En unas declaraciones recogidas en el libro de Revert, el holandés reconocía: "creo que muestro una sociedad neofascista. No tanto el fascismo alemán, sino lo que podría ser el fascismo estadounidense". El film, acusado precisamente de lo que denunciaba, fue un fracaso en taquilla.

Su etapa americana fue convulsa. Al carácter levantisco de Verhoeven debemos sumar unas circunstancias poco propicias para el ejercicio de la crítica. Son los tiempos de la política reaccionaria y refractaria de Ronald Reagan y George Bush; son los tiempos en que se acuñó la etiqueta de «políticamente correcto» -se diría que para que él se la saltase a la torera-. Jordi Revert habla de "la política visual de la provocación" del cineasta. Otro juicio de lo más acertado: la filmografía de Verhoeven se ha forjado bajo el signo de la provocación; entendida ésta no como postureo, sino como revulsivo social.

En su condición de "agente provocador", su cometido ha sido el de "molestar al espectador acomodado para recordarle la necesidad de cuestionarse todo, desde los modos de representación dominantes hasta las bases mismas de aquello que hemos acordado llamar realidad". La táctica le salió bien, muy bien, requetebién, en algún caso como en Instinto básico de 1992, pero no salvó de la debacle otras propuestas no menos desvergonzadas y estimulantes: Showgirls (1995).

Verhoeven ha sobrevalorado a menudo la inteligencia de su público potencial. El descubrimiento paulatino de su etapa holandesa -sus primeros cortos datan de principios de 1960 y su primer largometraje de 1971- ha sido motivo de sorpresa constante (y cortante) para el cinéfilo.

En aquellos primeros años destaca Delicias turcas (1973), un hito capital en una cinematografía periférica como la neerlandesa. Revert recuerda que esta película "no sólo se convertiría en la producción holandesa más taquillera de todos los tiempos y sería nominada al Oscar como Mejor Película de Habla No Inglesa, sino que en 1999 sería elegida, en el marco del Festival de Cine de los Países Bajos, la mejor película holandesa del siglo". Y es también una obra de una irreverencia y un conformismo superlativos, cuyo tratamiento del sexo todavía incomodará a más de uno. Como seguramente escandalizará a más de dos El cuarto hombre (1983), un explosivo cóctel a base de catolicismo, homosexualidad, crímenes pasionales y unas gotitas de Alfred Hitchcock a modo de angostura. Y es que el sexo, la violencia y la religión conforman la Santísima Trinidad de sus temas recurrentes.

En vista de estas credenciales, no debiera de sorprendernos que Paul Verhoeven lleve estudiando la figura de Jesús de Nazaret desde hace décadas y que durante un tiempo intentase realizar una película sobre su figura que prometía no dejar indiferente a nadie. En 2008 publicó un libro con sus investigaciones; en España lo ha editado Edhasa.

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