Cultura

La segunda mirada

  • El Museo Picasso inaugurará en octubre la exposición 'Somos plenamente libres', una aproximación al surrealismo desde las mujeres que lo cultivaron

Del surrealismo, o de los surrealismos, se ha escrito mucho a estas alturas. Pero existe una idea a la que no está mal volver de vez en cuando: más allá de sus orígenes exclusivos (definido desde sus bases por Breton y Apollinaire por oposición a) y violentos en su empeño de hacer tabula rasa, a imagen y semejanza de la vanguardias precedentes, la corriente que asumió las tesis psicoanalistas para una proyección alternativa de lo humano significó, también, la primera ocasión en que pudo constatarse un cierto paradigma femenino en la historia del arte. Mujeres artistas hubo muchas y geniales (aunque ensombrecidas, negadas, clausuradas y condenadas al ostracismo, en una tendencia que tampoco los ismos han logrado corregir definitivamente) antes del Manifiesto de 1924, pero el surrealismo propició con verdadero carácter fundacional la articulación de una determinada mirada femenina de manera más o menos organizada. Si hasta entonces las mujeres artistas que habían gozado de mayor reconocimiento lograron dar cuenta de su particular mirada al mundo, las creadoras surrealistas consolidaron una alternativa real e inédita a la óptica patriarcal que desde Altamira había dictado el curso de las tendencias y la titularidad del canon. Hoy, las obras de las mujeres que desde la misma semilla del surrealismo y durante todo el siglo XX alumbraron sus obras de acuerdo con las premisas esenciales del movimiento constituyen un testimonio clave que habla no sólo de un capítulo de la historia del arte: también, más aún, de una posible resolución utópica para el mundo. Éste es el argumento fundamental de Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo, la exposición temporal que, una vez concluida la actual, Bacon, Freud y la Escuela de Londres, acogerá el Museo Picasso Málaga del 9 de octubre al 28 de enero de 2018. Una propuesta que, a tenor de la información suministrada por la pinacoteca, promete prolongar algunos argumentos ya puestos sobre la mesa en anteriores muestras y, al mismo tiempo, brindar uno de los episodios más felices de la trayectoria reciente del museo.

Comisariada por el catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid José Jiménez, Somos plenamente libres se inscribe en la línea emprendida por el Museo Picasso a través de exposiciones como la dedicada a Louise Bourgeois y, especialmente, la que reveló al público malagueño la hondura mágica y espiritual de Hilma af Klint (1862-1944), la artista sueca que, muy a pesar de su condición invisible, trazó senderos por los que inevitablemene transitó el arte abstracto en su particular búsqueda de la expresión icónica más allá de la representación (una odisea que, entre figura y abstracción, tuvo una particular resolución, no menos periférica, en el uruguayo Joaquín Torres García, también inquilino del Museo Picasso hasta el pasado febrero). El objetivo parece ser la narración de un discurso complementario en torno a la historiografía del arte en el que, a tenor de la influencia de las mujeres artistas, a la mera sucesión de los periodos consabidos le salen algunas objeciones razonables. Precisamente, en la actual muestra dedicada a la Escuela de Londres, la presencia de obras de la artista Paula Rego (incluida por primera vez en el grupo como miembro natural) cumple una función similar. En Somos plenamente libres, sin embargo, las objeciones llegan no en una figura exclusiva, sino en un cómputo generacional, lo que permitirá ampliar los discursos y el foco de la mirada.

Eileen Agar, Claude Cahun, Leonora Carrington, Germaine Dulac, Leonor Fini, Valentine Hugo, Frida Kahlo, Dora Maar, Maruja Mallo, Lee Miller, Nadja, Meret Oppenheim, Kay Sage, Ángeles Santos, Dorothea Tanning, Toyen, Remedios Varo y Unica Zürn son algunas de las artistas reunidas en la exposición. Quizá lo primero que cabe advertir como marco común es el modo en que el surrealismo se convierte en estas mujeres en una cuestión no tanto central sino fronteriza. Pero a partir de aquí resulta estimulante, por ejemplo, y dada la naturaleza del museo, la llegada de obras de Dora Maar, reivindicada más allá de su relación con Picasso: Maar, que compartió amistad con André Breton y Paul Éluard, se integró plenamente (al contrario que Picasso) en el círculo surrealista, que por su parte tuvo en la fotógrafa y pintora un genio lo suficientemente inestable y complejo como para alentar sus sospechas psicoanalíticas. También permitirá la exposición comprobar cómo Leonora Carrington ahondó en los presupuestos surrealistas mucho más allá de quien fue su introductor en el mismo, Max Ernst, también revisitado por el Museo Picasso en su momento: al igual que sucedió con Dora Maar, Breton se interesó por Carrington a cuenta de su inestabilidad y de sus ingresos en hospitales psiquiátricos, pero fue durante sus años en México cuando la pintora británica llevó el surrealismo a algunas de sus cimas de mayor esplendor. Otra mujer que compartió vida y tiempo con Max Ernst (hasta casarse con él) fue la estadounidense Dorothea Tanning, revelada aquí como verdadera conectora del surrealismo y las vanguardias neoyorquinas, y cuya emblemática Pequeña serenata nocturna (1943) podrá verse en el Picasso. Con nombre de mujer.

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