En honor a la verdad, hay que admitir que desde que un malagueño preside la Junta el lamento que aireaba el agravio sufrido por Málaga respecto a Sevilla se ha desinflado considerablemente. Habría que estudiar, eso sí, las razones: la toma de decisiones, las sedes institucionales y el mejor pescado siguen estando donde estaban y no pocos proyectos comprometidos por el Gobierno andaluz para Málaga han sido borrados de la agenda o, cuanto menos, metidos en la nevera. Igual no hacía falta una política menos centralista: al parecer, al agravio le bastaba con un cambio de color en la silla para darse por satisfecho. Pero sí, bueno, los recitales de cuentas pendientes y desequilibrios inmerecidos respecto a la privilegiada Sevilla resuenan menos antes del nuevo 28F, y eso siempre es saludable. Lo que sí se ha dado, curiosamente, es una proyección de la indiferencia con la que Málaga suele tomarse la cuestión andaluza: la identidad autonómica parece haberse conformado con encoger los hombros y mirar para otro lado, sin apego a las distinciones ni reivindicaciones de las singularidades históricas y culturales. Parece que los andaluces ya no se empeñan tanto en volver a ser lo que fueron, lo que por otra parte tiene todo el sentido. Y en eso Málaga había tomado la delantera, aunque fuese a base de desconfianza respecto a una estructura regional que parecía montada para engordar la vaca sevillana en detrimento del resto del rebaño. Lo del anuncio promocional de este 28F divulgado por la Junta de Andalucía con estampas impostadas y acento de Valladolid no es un asunto baladí, ni mucho menos: es evidente que traía más cuenta satisfacer a Vox a base de reducir el suflé andalucista que con el pin parental, así que aquí estamos, más castellanos y bien hablados que José Luis Perales. Y es de suponer que los del agravio se sienten más cómodos en esta Andalucía menos exultante, más calladita, más diluida y menos consciente, porque, al cabo, el éxito andaluz sólo parecía recaer en los de siempre. Y en esto, el agravio, como a menudo sucede con las posturas irracionales, tiene parte de razón. Otra cosa es que sea buena idea cambiar el centralismo madrileño por el sevillano a la espera de que Pablo Casado tenga algo que hacer o, más aún, hacer de Andalucía la España verdadera mientras la otra se la meriendan los comunistas. Si esto va de dar gato por liebre, nos bajamos.

Dicho de otro modo: si la alternativa al peronismo de mantilla y bata de cola es esta pandillita de buenos chicos, tan repeinados y encorbatados, con pinta de mayordomos de trono dispuestos a vendernos la última moto, no sé hasta qué punto le conviene el cambio a Andalucía en general y a Málaga en particular. Algunos defendemos todavía que, muy a pesar del ruido, Málaga tiene sus mejores oportunidades en Andalucía, ya gobierne en San Telmo el PSOE o el PP; y que Málaga, por lo mismo, tiene mucho que aportar a una Andalucía exenta (a Dios gracias) de tentaciones nacionalistas pero no por ello plegada a las exigencias de quienes únicamente se mueven hacia lo andaluz con desprecio. Para poder ofrecer algo al resto de España, de Europa y del mundo, es importante tenerlo antes. No debería bastarnos quedar únicamente como los empleados aplicados que entregan todos los informes a tiempo. Una Málaga ambiciosa, generosa y creativa en una Andalucía diversa, luchadora y moderna me parece la combinación perfecta. Con acentos propios, sí. Así, en plural. Y a mucha honra.

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