Completamente fuera de foco público, completamente olvidado entre el ruido de fondo, la semana pasada se celebró el día contra los CIES. Por si se nos ha olvidado, las siglas de este acrónimo significan Centro de Internamiento de personas extranjeras en España, y que en realidad son pseudo-cárceles con las que convivimos ya desde hace ya más de 35 años ¿Y esto para qué se inventó?

Los CIES son la punta de lanza de las políticas europeas de cierre de fronteras, y de aporofobia institucionalizada. Estos espacios de detención, lejos de desaparecer, se refuerzan y además se prevé abrir más centros y más grandes, algo que choca frontalmente con lo que cabría esperar en los estertores de un gobierno de izquierdas de más de tres años. Al final la detención y el encarcelamiento preventivo de la población migrante se mantiene, se normaliza y se tolera, hasta caer en el total olvido. Solo un puñado de ONGs que lideran la campaña “CIES NO”, u organizaciones humanitarias y de iglesia como el Servicio Jesuita de refugiados (JRS), mantienen vivo el recuerdo de este sinsentido. En su último informe denominado CIE 2022 “Diferencias que generan desigualdad”, el JRS denuncia la carencia de un mecanismo eficaz para fijar una doctrina judicial sobre las condiciones de internamiento, lo que provoca un aumento de la inseguridad ante la privación de libertad. Esto se traduce en gran dificultad para investigar cualquier denuncia sobre maltrato a los internos; en un aumento alarmante de patologías en personas con encierros prolongados como ansiedad, depresión o malnutrición; en la incapacidad para cuestionar deportaciones injustificadas; etc.

En la próxima campaña presidencial será difícil escuchar hablar de CIES, o de políticas de frontera, o de la necesidad de atraer población trabajadora para conservar nuestra calidad de vida, pero eso no significa que no sea necesario. Convivimos con lugares donde existen medidas represivas focalizadas solo en personas migrantes pobres, la mayoría africanas, cuyo único delito es haber nacido en zonas de guerra y pobreza. Esto es un claro rasgo de racismo político, que admite la deshumanización del pobre amparándose en marcos legales construidos sobre miedos irracionales e intereses capitalistas. Ya está bien, ¡CIES NO!, no en mi nombre.

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