Condenados a entenderse

Mal camino es comenzar con posiciones definitivas o con planteamientos inamovibles

El tiempo de la negociación es el reino de la indefinición y de los términos ambiguos. No debería ser territorio para las peticiones desaforadas, sino el espacio para la paciencia. Mal camino es comenzar con posiciones definitivas o con planteamientos inamovibles porque es necesario mantener líneas intermedias entre las pretensiones enfrentadas que posibiliten la aproximación; no es bueno avanzar por caminos rígidos sin prever salidas de emergencias que salven situaciones comprometidas. Hay que evitar los momentos en los que cualquier concesión puede parecer una claudicación o una victoria, según desde donde se mire, porque esa es la mejor manera de alcanzar el fracaso. Los planteamientos cargados de maximalismos y el mantenimiento de las condiciones iniciales sin modificación alguna es la mejor fórmula de arruinar un pacto. Así, aunque la dialéctica pueda resultar rotunda y florida, los acuerdos se tornan imposibles y aparecen los reproches y las amenazas de ruptura. Y esos errores parece que ha sido el camino recorrido hasta el momento en la negociación para la investidura del candidato a presidente de Gobierno. Cambiar de método parece una necesidad inevitable.

Porque la gravedad de la situación deriva de que el acuerdo es imprescindible. En una lectura responsable de la situación política parece evidente que durante un tiempo las izquierdas españolas están condenadas a entenderse. Y el entendimiento que se necesita es algo más profundo que un acuerdo puntual o un pacto circunstancial basado en la suma o resta de carteras ministeriales Porque la cuestión no está en contar cuántos escalones de poder tiene que subir uno o cuántos peldaños ha de bajar otro; el entendimiento tiene que partir de la convicción mutua de que solo un Gobierno sólido, coherente, leal y estable será capaz de encontrar una salida progresista a la actual situación. Y el nivel de lealtad y cohesión es el que debe de determinar el resto. Lo demás es la discusión sobre el tejado sin haber construido unos cimientos firmes. Marrar ahora significaría no solo una oportunidad perdida, sino una profunda decepción en un amplio sector de electorado al que habría que justificarle muy bien por qué se ha llegado a esta situación -y ahí cada uno tendría sus razonamientos- y algo más complejo y difícil; también habría que explicarle para qué votar, si el resultante de esas supuestas elecciones no hará variar mucho el panorama. O sí, en el peor de los casos.

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