El juicio del procés quedó listo para sentencia. En sus alegatos finales, los fiscales han mantenido que se consumaron los delitos de rebelión, sedición y malversación. Las defensas niegan los hechos: según su teoría lo ocurrido en septiembre y octubre de 2016 fue un no-acontecimiento. Parece que confirmen la tesis de "Golpe posmoderno" de Daniel Gascón. Sostienen que no hubo violencia. Obviamente no había necesidad de tomar el "palacio de invierno" ya que sus defendidos eran los inquilinos. De nada se pueden arrepentir, si nada ocurrió. En su impostura, algunos acusados, en los discursos finales, exigieron una sentencia política que resuelva el "conflicto" y, llegados a ese punto, el paciente juez Marchena levantó la sesión. A partir de ahora, el tribunal se limitará a analizar, con independencia de criterio, los testimonios y las pruebas aportadas; obligados a ignorar las consecuencias políticas de sus decisiones. Pero lo que ha quedado fuera de toda duda es que los líderes del procés, los que están y los que son, se creen estar por encima de la ley. En su crónica de la última sesión del juicio, Pablo Ordaz sostiene que "esto -diga lo que diga la sentencia, que caerá en otoño- no ha hecho más que empezar".

Pero por muy graves que sean los problemas del país hay partidos más dispuestos a dividir que a sumar. Las decisiones que han tomado en los últimos días los dirigentes de Ciudadanos son difíciles de entender. Su estrategia, la última, estaba obsesivamente centrada en ser cabeza de león de la derecha. Pero ahora, tras unas elecciones en las que el PP ha sufrido una importante sangría de votos, asumen el papel de gregarios de los populares y les entregan a una formidable cuota de poder territorial. Lo único que se me ocurre es que Rivera quiera hacer el papel de mayordomo que Dirk Bogarde interpreta en el El sirviente, la película de Losey de los sesenta, en la que mediante un perverso juegos de maquinaciones acaba reemplazando a su patrón. Con su decisión de atarse al bloque de PP y Vox pretende situar al PSOE extramuros, sin importarle lo más mínimo el evidente riesgo de bloqueo político y difícil gobernabilidad. El PSOE no logrará la investiduras de alcaldes y presidentes autonómicos en lugares donde ha sido la fuerza más votada. Las perderá en manos de quienes defendían con vehemencia que debía gobernar quien más votos obtuviese: eso son convicciones firmes, pero no definitivas.

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