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EN las próximas semanas puede consumarse una de las protestas más curiosas de la historia de nuestro país: la huelga de deberes en los centros educativos. Si bien algunas de las causas que han originado esta situación son delicadas, probablemente las formas de exponerlo y llevarlo a cabo puedan ser inadecuadas y sienten precedentes difíciles de solventar.
A priori este tipo de conflictos entre familias y educadores es recomendable que se resuelvan impidiendo la utilización mediática de los menores. Si en diversas situaciones familiares complicadas se evita, en lo posible, que los hijos tengan que enfrentarse a las mismas, exponerlos en este caso a presentarse sin deberes en clase, por orden de los padres y en contra de la decisión del profesor, es contraproducente. Lo normal es que fueran los adultos, tanto padres como educadores, los que dirimieran estas situaciones en privado.
Para analizar la complejidad del conflicto es necesario ver como se influye en el tiempo de descanso de nuestros jóvenes. Los padres deberían reflexionar sobre el exceso de actividades extraescolares que pueden soportar muchos de sus hijos, a veces por deseo de los niños, otras por no poder conciliar la vida familiar y algunas por comodidad de los progenitores. Por parte de los educadores habría que adaptar el horario máximo de trabajo al del resto de la sociedad y, si los niños pasan seis o siete horas en el colegio, no deberían pasar más de una hora de trabajo extra en sus hogares. Un exceso de tareas podría derivar, entre otras, en dos situaciones perversas: la dejadez de funciones del profesor, evitando un trabajo continuo y planificado en el aula, y la posibilidad de que aquellas familias cuyos padres tengan una mayor formación académica o mayores posibilidades económicas ayuden a sus hijos mientras otras no lo pueden hacer.
Seguramente, si viviésemos en Japón, los padres acordarían la realización masiva de deberes y obligarían a los profesores a revisarlos y corregirlos uno por uno, provocándoles la sobrecarga de trabajo y el colapso de sus funciones. Sería una forma práctica para que tomaran conciencia los docentes que mandan una cantidad excesiva de deberes. Pero siendo España preferimos una huelga de lápices caídos como forma de protesta, es decir, optamos como siempre por el mínimo esfuerzo. Ante una generación diferente valdría la pena también tomar caminos diferentes.
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