Ignacio F. / Garmendia

Humo

Postrimerías

29 de septiembre 2015 - 01:00

DE lo malo que es el hábito de fumar ya se ha dicho todo y son dignos de elogio los esfuerzos de las autoridades sanitarias -sintagma inquietante para los oídos demasiado sensibles- por eliminar hasta el último fleco de su antiguo prestigio, que en realidad no es tan antiguo. Convertido en vicio de multitudes por el influjo del cine o de la publicidad, en la que incluso aparecían médicos -quizá eran falsos los sinvergüenzas que se ponían la bata en los anuncios, pero muchos de los verdaderos han sido hasta ayer grandes fumadores- elogiando sus efectos estimulantes, el tabaco conoció su edad de oro en el siglo pasado, antes de que se difundieran los estudios -ocultados o manipulados durante décadas por las empresas del ramo- que probaron su alta toxicidad, especialmente devastadora en el caso de los cigarrillos.

El futuro previsible apunta a que la de tragar humo, desprovista ya de cualquier connotación positiva, volverá a ser una costumbre felizmente minoritaria, pero las citadas autoridades tienen prisa, sin duda por nuestro bien, y desean que ello suceda cuanto antes. Por ese motivo han propuesto que la razonable prohibición que rige en oficinas, transportes o restaurantes -algunos descerebrados llegaron a defender la existencia de establecimientos donde los fumadores no pasivos pudieran reunirse a toser en compañía- se extienda a ciertas parcelas del ámbito privado -los coches, las casas particulares donde viven niños- y se ve cercano el momento en que plantearán, siguiendo la línea ya vigente en las regiones más avanzadas, que abarque espacios al aire libre como los parques, los jardines o las playas donde aún es posible pasear y fumar, estampa lamentable e incluso afrentosa para los usuarios de la sudadera.

Algunos reaccionarios se preguntan si semejante celo no resulta excesivo, pero lo cierto es que sigue habiendo demasiada tolerancia. El ambicioso objetivo de "crear una generación de jóvenes que no quieran fumar" quizá no sea factible sin medidas disuasorias adicionales, que podrían incluir encierros de duración variable o algún tipo de escarmiento público, seguidos de la reeducación por medio de implantes o medicamentos de los empleados para tratar los desórdenes severos. Si se quiere de verdad desnormalizar el consumo, hacen falta medidas audaces que señalen a los fumadores como lo que son, sucios esclavos incapaces de ejercer cualquier forma de responsabilidad. Para proteger a la infancia como es debido, lo más eficaz sería poner en marcha un programa de esterilización que les impida tener descendencia.

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