José Luis Raya

Malas lenguas

Al final del túnel

07 de junio 2024 - 00:15

Cuando traducía por aquellos tiempos La aulularia de Plauto me percaté de que lo de las malas lenguas da mucho de sí y es ideal para la creación literaria. El chismoso ha sido tradicionalmente un personaje menospreciado, pero al mismo tiempo ha sido el que ha urdido las intrigas para que el lector no deje ni un momento el entramado. Nuestros inicios literarios no han sido menos llamativos. Rodrigo Díaz de Vivar fue desterrado precisamente por las envidias y los odios internos que despertaba su carisma. Desde el Libro de Buen Amor hasta La Celestina nos encontramos con un excelente repertorio de malas lenguas. En la fundamental obra de Fernando de Rojas son las malas lenguas y las difamaciones de los criados los que desencadenan la tragedia. En El Quijote podemos apreciarlas disfrazadas de chanzas y alusiones mordaces. Gracias a las malas lenguas de Quevedo y Góngora, que se lanzaban unos dardos tan hirientes como ingeniosos, podemos optar a un genial repertorio de recursos sarcásticos irrepetibles. No olvidemos que, anteriormente, El Lazarillo debe su fama y su moderna y estratégica narración al chisme y a las malas lenguas, que son el epicentro del libro.

Si nos detenemos en el cine, se me quedó grabada en la piel La calumnia de William Wyler. El daño que puede hacer la mala lengua de una niña dañina puede concluir igualmente en tragedia aunque ese chisme sea finalmente cierto. Esto me recuerda la calumnia que sufrió Apeles en tiempos de Ptolomeo IV. En todos los casos las malas lenguas se reprueban. Shakespeare es un maestro en el uso de esto y es en Otelo donde la mala lenguas de Yago sacude mortalmente toda la historia. Podríamos seguir rastreando en la historia y en la Literatura Universal el juego dramático que ofrecen las malas lenguas. He observado que día a día los maledicentes han ido limando y puliendo sus tácticas para no ser reconocidos. No olvidemos tampoco que la literatura es un reflejo clarísimo del ser humano.

El maledicente moderno planifica desde el arrebato de la envidia, la frustración, o simplemente el deseo innato por hacer daño: una suerte de sadismo psicológico. Solo hay que observar a nuestro alrededor para detectarlos. Sin embargo, algunos son indetectables, pues preparan el terreno con sus actitudes sectarias e indolentes. A veces, las malas lenguas son producidas por un deseo no consumado o se gestan a través de la pueril sensación de poseer lo que el otro tiene. El niño pequeño y consentido difama, culpa al otro niño y miente por una clara insatisfacción o una envenenada envidia. Cuando se convierte en adulto, si no se corrige, ello se intensifica y van causando daño a su alrededor. Las malas lenguas siguen vivas entre nosotros desde que el hombre empezó a pensar y a sentir. La literatura, el arte y la historia son sus fieles testigos. Y ahora mire a su alrededor: seguro que hay algún lobo disfrazado con la piel del cordero.

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