Mirar para abajo

El paisaje kárstico te engulle en las profundidades de la piedra y su paisaje lunar

Ayer pintaba Toquinho en Cenacheriland. Un día "Acuarela". Cántese: "En los mapas del cielo, el Sol siempre es amarillo. Y la lluvia y las nubes no pueden velar tanto brillo… Descansando del teletrabajo madrigueril, como tantos muchos, enfilamos para el Torcal de Antequera. Nos prometíamos vivir una jornada de turismo rural y aventura que te quiero verde. Ocurrencia coronabicho-free similar a la de otros cientos de turisguiris en nuestra propia smart city city bang bang. Ya tuvimos que desistir de un primer intento de torcalear en Semana Santa. En este diciembre primaveral nos pareció gran iniciativa y créame que lo fue pues se podía ascender hasta allá y encontrar plaza de aparcamiento entre tanta camper y caravana florida. Desde el asfalto la caminata parecía sencilla y vigorizante, fácil. Hierba verde lechuga salpicada de rocío y las rocas con una escala y escalada de grises de anuncio de televisión. Pertrechados como perfectos "pisaprados" con el equipito dechatloniano en orden. Estábamos de foto y nos la sacamos. Desconocíamos que había llovido por allá. Tenías dos itinerarios bien señalizados a elegir: Uno verde y otro amarillo. A lo pastilla roja o azul de la película Matrix. El paisaje kárstico te engulle en las profundidades de la piedra y su paisaje lunar. Alobados nos quedamos una vez iniciado el recorrido. Personalmente las pasé más canutas que Frodo el señoro de los anillos. No le extrañe que acabara embarrado como un orco. Me salvó el miedo extremo al ridículo porque andaba con menos flexibilidad que un Madelman. En cada paso complicado, había demasiados, evitaba visualizar el pensamiento de un rescate de helicóptero y la elevada fractura y factura. La mañanita se nublaba con esos pensamientos negativos que trataba de espantar. Cosas de la programación neurolingüística. Sólo hizo falta que mi chaval advirtiera -cuidado no te caigas- para protagonizar una espectacular croqueta. Ya le digo: La senda estaba más resbaladiza que las gateras de la cueva del Gato. Seguí adelante mirando al suelo, mirando hacia abajo y respirando hondo al llegar a la meta final. Todos los años se producen decenas de accidentes en montaña. Ya no estoy para beber adrenalina. Hubiese agradecido la presencia de un guía al comienzo del camino que me informase cómo estaba la cosa. Hubiera evitado la experiencia de demasiados turistas de todas las nacionalidades, edades a pecho y susto descubierto, sufriendo el paisaje en vez de disfrutarlo.

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