Nacer de nuevo

Sorprende ir conociendo las leoninas condiciones que el separatismo exige por sus votos

Durante el siglo XVIII el matemático Leonhard Euler desarrolló la mayor unificación de la notación científica existente hasta la fecha. Gracias a él, y desde entonces, todos los matemáticos del mundo hablamos un idioma común y los avances logrados han sido inmensurables. Pero, mientras se sigue produciendo esta cantidad ingente de conocimientos compartidos, el Congreso de España se dedica a tratar de que los políticos no puedan entenderse entre sí, para mayor gloria de nuestro país y de sus instituciones. Está claro que a cada uno se le debe exigir por su capacidad y, donde no hay, poco se puede hacer ya.

Cabe resaltar, en ese galimatías lingüístico actual, la labor realizada por los medios de comunicación más cercanos. La pluralidad política que encontramos en los articulistas del diario Málaga Hoy, dirigido por Antonio Méndez, o en los tertulianos del programa El día por delante de Canal Málaga, capitaneado por María José Vidal, son un ejemplo de cómo hacer bien las cosas desde el respeto y la libertad. Aunque pudieran parecer oasis democráticos en desiertos de radicalismo, la mayoría de los ciudadanos busca estos lugares donde las ideas puedan ser confrontadas, debatidas y, sobre todo, consensuadas. Porque ahí radica el avance de las sociedades, en la búsqueda del bien común y no de los intereses particulares de cada uno.

Sorprende ir conociendo las leoninas condiciones que el separatismo exige por sus votos. Hablar de 450.000 millones de euros, cálculos que nadie sabe de dónde salen, por parte de los que solo saben malgastar en pinganillos y traductores, es de alto riesgo para cualquier sociedad civilizada. Explíquenle después a un votante, que no llega a fin de mes, que no se le puede ayudar porque lo realmente importante es financiar la Torre de Babel parlamentaria. Es más, traten de dar lecciones de equilibrio presupuestario a Bruselas, mientras derrochan el dinero público escuchando como les traducen el euskera, catalán o gallego al español, que es la única lengua común que hablan todos. Resulta simplemente patético si no fuera realmente preocupante, pero es lo que nos espera de esta esperpéntica clase política.

Por tanto, mientras las desigualdades sociales impuestas tratan de ser justificadas, cabe esperar que algún día nazca de nuevo otra generación de dirigentes que devuelva la esperanza y sepan entenderse entre si, por el bien de todos los ciudadanos.

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