Primero de filibusterismo

Cuesta entender que el presidente de Correos no haya presentado su dimisión irrevocable

Quedose sorprendido en cierta ocasión un periodista, al entrevistar al entonces presidente del gobierno por la UCD, Leopoldo Calvo Sotelo, sobre sus preferencias literarias, porque éste le indicó su pasión por los libros de matemáticas. Es evidente que, cuando el abanico de lecturas es suficientemente grande, también lo es la amplitud de conocimientos adquiridos. Y siendo así, podría haberse recomendado a los servicios de seguridad del ministerio de industria que, en la lectura del volumen de Mortadelo y Filemón titulado "Las vacas chaladas", también se pilla al aprendiz de terrorista por haberse dejado su dirección escrita entre las pruebas del delito. No es que esta anécdota quite gravedad al asunto, pero al menos hubiera servido para saber que el responsable del sobre con remitente, conteniendo la navaja enrojecida, no había aprobado ni siquiera primero de filibusterismo.

Sin duda estas elecciones en Madrid tendrán un gran número de capítulos que recordar aunque, aristotélicamente hablando, distingamos unos en potencia y otros en acto. Sobre los primeros tendríamos, en potencia, aquellas amenazas de proyectiles en sobres que pudieran culminar en atentados. Cuesta entender que el presidente de Correos no haya presentado su dimisión irrevocable ante tales agujeros de seguridad, porque no basta con haber sido jefe de gabinete del inquilino monclovita para irse de rositas. Sobre los segundos, en acto, sorprendieron los ataques contra militantes de partidos que presenciaban un mitin en Vallecas. Ahora, al descubrir que alguno de los detenidos eran escoltas personales del ex vicepresidente del gobierno, los recuerdos nos retrotraen al año 1936, con el trágico asesinato de José Calvo Sotelo, jefe de la oposición, por los escoltas de Indalecio Prieto, miembro del gobierno. Es lo que suele ocurrir cuando no se saben medir las consecuencias de justificar y alentar la violencia entre los violentos.

Todos esperamos que estos episodios queden en el olvido, porque la democracia se basa, precisamente, en la diversidad de ideas y en el debate de las mismas. Por ello, cuando un político no quiera hablar con sus contrincantes, trate de ilegalizar las ideas de los demás o imponga sus principios como únicos, observaremos como ese dictador que algunos llevan dentro empieza a hacer acto de presencia. Y ese es el mejor momento para que dejen definitivamente la vida pública.

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