Santa-Cruz

No entiendo a esas pandillas que creen que la mejor manera de acabar la noche es a golpes

Aunque hubiesen pasado ocho años desde que dejé de serlo, Rafa seguía llamándome su decano. Era su manera de transmitirme un cariño que no necesitaba demostrar desde hacía treinta y cinco años. Desde que lo conocí en uno de esos extraños grupos de trabajo que la necesidad de superar una asignatura forma con los desechos de tienta del curso. Rafa fue una persona tan alegre como vital, al que convertirse en un magnífico profesional no le quitó las ganas de seguir bebiéndose la vida a tragos largos como en aquellos años de universidad. El ejercicio profesional nos hizo coincidir después. Le calculé estructuras, coincidimos en actos colegiales y me crucé con él más de una mañana camino de del trabajo, cuando él esperaba, siempre alegre, la llegada del autobús de línea. La casualidad hizo que llegáramos a compartir la misma fisioterapeuta y yo tuve que compartí con ella su admiración por él. "Lo tuyo no tiene mérito, Antonio. Tú te has lesionado haciendo deporte, y eso es normal. Su rotura fibrilar ha sido bailando música electrónica como una gogó de veinte años. Eso es lo que tiene mérito a vuestra edad". A Rafa lo conocí como un jovial madridista. Un tipo capaz de hacernos aguantar riéndonos que el Guadalquivir nos lloviese encima mientras nos abrían la puerta de la casa, porque él se negaba a reconocerle a su amigo Mariano que Butragueño era un leño. El miércoles tuvo ese mejor día de su vida que tienen todos los aficionados del Madrid varias veces al año, cuando juegan el partido del siglo y lo ganan. Lo vio con un amigo, en un bar, como le gustaba hacerlo, y luego bajó a tomarse una copa al centro donde se encontró con unos energúmenos que decidieron emprenderla a golpes con él y su acompañante sin pensar por un momento que podían convertir ese día en el último día. El viernes pensaba que ayer escribiría otra columna, pero he escrito esta porque Rafa era mi amigo. Porque junto a esta noticia hay otra sobre otro cafre que ha acuchillado a cinco jóvenes que intentaron defender a un sexto al que estaban pegando. Porque no entiendo a esas pandillas de retrasados mentales que creen que la mejor manera de acabar la noche es a golpes creyendo que nunca pasa nada. Que el protagonista siempre se levanta y no va a la cárcel por homicidio. Porque escribo los lunes y así me ahorro el psiquiatra los martes. Y porque el sábado deseé que no hubiera pasado el miércoles.

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