La Virgen de la Cueva

El presidente no es nadie para decir a su santidad con quien tiene que hablar para lograr el milagro

Es evidente que el presidente de la Junta de Andalucía cree a pies juntillas en la separación Iglesia-Estado. Solo así se entiende la petición que le hará al papa para que interceda “ante quien corresponda” y mande unas lluvias a Andalucía. Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. El presidente no es nadie para decir a su santidad con quién tiene que hablar para lograr el milagro. Por otro lado, la petición no es muy distinta a nuestro trato con la administración, a la que más de una vez mandas los papeles con la esperanza que los reciba quien le corresponda. Que tú crees que es uno, pero que meses después te contestan que es otro. Aunque en este caso, a poco que se hubieran parado a pensar, habrían caído en la cuenta que, en una religión politeísta como la católica, la encargada de que llueva es la Virgen de la Cueva. Y si no, ahora que se pretende enseñar música de Semana Santa en el colegio, pueden recordar aquella canción que cantábamos de pequeños: “que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva…” Eso sí, falta precisar cuándo tiene que llover. Porque nunca llueve a gusto de todos y el asunto tiene su riesgo. Juanma verá al papa el próximo 21 de marzo, y si su santidad tiene claro ante quién tiene que interceder (lo que se supone), se da prisa en sus gestiones y estas son efectivas, puede que llueva la semana siguiente. Semana Santa. Un desastre del que solo será culpable el presidente de la Junta. Por eso es preciso precisar en la rogativa y dejar las lluvias para un poco más adelante. Que tampoco tiene mucho sentido porque, más efectivo que entonar la danza de la lluvia con un chamán de los Apalaches siempre ha sido celebra la Feria de Sevilla. Donde es tradición intermitente que la lluvia les fastidie los farolillos y se llenen de barro los bajos de los trajes de las señoras. Y así la cosas, lo mejor es dejar las lluvias para finales de abril y sacar a la Virgen en procesión al son de “Perdona a tu pueblo Señor”, que cantaba mi madre en sus años mozos de sequía, con nulos resultados pese a su desafinada voz. Lo que le llevó a preguntarse por el tamaño de los pecados de tan desafortunado pueblo al que Dios no perdonaba pese a lo mal que ella cantaba. Y es que, como le dijo un obispo a sus fieles cuando le solicitaron sacar la imagen en procesión para pedir las necesarias lluvias, “ustedes pueden hacer los que quieran, pero pinta de llover no tiene”.

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