Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

La clave local

Es en las ciudades donde se pueden hallar herramientas aplicadas al beneficio común, sin apriorismos ideológicos

Ante las imágenes del otro día, con el Capitolio tomado por lo que Cordwainer Smith llamaba unpeople, cabía lamentar la muerte de muchas cosas: la cordura, la razón, el Estado del bienestar, la democracia tal y como la conocíamos y, en fin, buena parte de los argumentos que mayor confianza habían podido generar entre los ciudadanos en las últimas décadas. La mayor parte de los analistas llamaban la atención sobre la excesiva polarización a la que había sido sometida la sociedad estadounidense desde la victoria de Donald Trump como causa primera del lamentable aquelarre. Pero conviene recordar que la polarización responde no sólo a la división radical entre buenos y malos, entre los merecedores del derecho y sus opuestos; también a la introducción del criterio ideológico a modo de escrúpulo en todas y cada una de las decisiones. Esta polarización, en realidad, viene de antiguo y España no es una excepción: los servicios públicos, por ejemplo, llevan años sometidos a la estimación ideológica que de los mismos hacen los partidos y gestionados a partir de tal valoración parcial, cuando nuestra propia tradición democrática (al contrario que en, por ejemplo, EEUU) debería considerarlos un logro social de mínimos, irrenunciable y modificable sólo en la medida en que la misma Constitución lo sea (del mismo modo, convendría garantizarlos justo en la medida que propone la Constitución, objetivo que España ha sido incapaz de asumir desde la promulgación de la misma). La conclusión de todo esto es meridiana: a nivel estatal, sea cual sea el grado de autonomía de los diversos territorios implicados, los gobiernos han decidido renunciar a la política y poner todos los huevos en la cesta ideológica. Si hace unos años resultaba razonable pensar que un gobierno iba a ser evaluado por los ciudadanos a tenor de la eficacia en la distribución de los presupuestos, lo que ahora asegura el poder no es la eficacia, sino la reafirmación ideológica.

Y cuando los gobiernos renuncian a la política, a procurar lo mejor para la mayoría con tal de satisfacer las tripas de la parroquia propia, pasan cosas como lo de Washington. Ahora bien, si los gobiernos nacionales descartan la política, ¿dónde corresponde encontrarla? No hay que ser un lince para comprobar que una de las consecuencias directas de la globalización financiera ha sido la preservación de esferas de gestión socioconómica en términos justamente políticos en contextos cada vez más atomizados, lo que nos lleva a las realidades locales como última esperanza para Occidente, tal vez, a la hora de encontrar mecanismos racionales y eficientes. Es ahí, en las ciudades, donde se puede hallar aún, independientemente del partido que gobierne, herramientas aplicadas al beneficio común sin apriorismos ideológicos. Episodios como el del Capitolio revelan hasta qué punto los más nobles gestos de la política atañen ya al ámbito concreto de la polis. Como ocurrió en el Renacimiento, por cierto. No habrá mejor ciudad que Málaga para demostrarlo. Es tarea de todos.

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