La ciudad y los días

carlos / colón

La enfermedad izquierdista

EL Código Penal no castiga el suicidio. Si el suicida fallece se extingue su responsabilidad y si no lo hace debe ser ayudado para que desista de su intento. Desgraciadamente en política no sucede lo mismo. Los pueblos que se suicidan votando opciones populistas son castigados con las consecuencias de su propia decisión. Da igual que hayan sido engañados por la propaganda, agitados por la demagogia, conducidos a la desesperación por situaciones para las que los partidos democráticos "tradicionales" parecen no tener soluciones y de las que además son en gran medida responsables. Da igual que la corrupción partidista que se achaca a la democracia representativa los haya desalentado e indignado, que la asfixia económica generada por una crisis y agravada por la mala reacción política ante ella les haya conducido a entregarse a quien, aun contra toda lógica política y económica, les prometa devolverles el perdido bienestar. Al final, sean cuales sean las causas que conducen a ello, las naciones que se suicidan votando son castigadas viendo cómo las libertades se recortan, el bienestar mengua, la corrupción se multiplica y todo aquello de lo que se quería huir se agiganta.

Europa, salvo Inglaterra, ha sufrido en el siglo XX (la occidental entre 1922 y 1945, la oriental entre 1917 y 1990) el castigo por sus suicidios políticos democráticos o totalitarios. ¿El auge de los populismos de extrema derecha y extrema izquierda apuntaría en esta dirección a principios del XXI? Sería lamentable que se cumpliera una vez más la famosa frase -"quizá la única lección de la historia es que los seres humanos no aprendemos nada de las lecciones de la historia"- del mismo Aldous Huxley que escribió en 1940: "Las doctrinas del nazi-fascismo, el comunismo o el nacionalismo son manifestaciones idiotas; pero quienes creen en ellas logran caldear enormemente sus corazones a través de estas creencias; y esta excitación inmediata les hace olvidar los desastres a largo plazo que son la consecuencia inevitable de semejantes creencias".

Lenin -que era malo, pero no tonto- llamó "enfermedad infantil del izquierdismo" al "ímpetu revolucionario pequeñoburgués" que afecta al burgués que, enfurecido "por un empeoramiento increíblemente brusco y rápido de sus condiciones de vida, adquiere fácilmente una mentalidad ultrarrevolucionaria". Podría ser útil aplicar este principio leninista a Podemos.

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