‘Los ensayos’

Hay muchos motivos por los que esta serie, que a muchos resultará demasiado fría y metódica, es interesante

Un hombre vuelve a casa después de ocho años. Nunca dio una explicación. Su hijo, que ya es adolescente, lo recibe, y el padre le pregunta cómo está y le pide un abrazo. El hijo, que se alegra de ver a su padre, empieza a sentir todo el peso de la duda y del olvido, y se marcha a su habitación dando un portazo. Poco a poco el hijo se envenena, empieza a beber y a drogarse, y un día llama a gritos a su padre, y el padre lo encuentra tendido en el suelo de su cuarto, ahogado en sus propios vómitos, y llama a gritos a su mujer, que se detiene en el umbral, y él llora impotente con la cabeza de su hijo muerto entre los brazos.

Esto no es verdad. El hijo es un actor, y el padre es un hombre que está ayudando a esta mujer a decidir si quiere tener hijos. Le ha construido una casa en medio del campo, ha contratado a niños y adolescentes que irán haciendo de hijo a medida que este crece, y un equipo técnico se encargará de que el tiempo, que pasa muy rápido dentro de la casa, también lo haga fuera: esparce nieve, cambia por la noche las semillas que la mujer planta en su huerto por pimientos y pepinos ya maduros.

Esta es una de las situaciones que plantea Los ensayos, la nueva serie de Nathan Fielder. Fielder, que como siempre hace de sí mismo, ofrece aquí el servicio que hemos planteado: a él acude gente que teme tomar una decisión, y él construye un futuro lo más verosímil posible, para que su cliente pueda ensayar una y otra vez la situación que sabe que tarde o temprano vendrá. Construye decorados hiperrealistas, prepara complejos diagramas de flujo. A veces él mismo hace de su cliente, y un actor hace de él.

Hay muchos motivos por los que esta serie, que a muchos resultará demasiado fría y metódica, es interesante. Por un lado, es curioso cómo a muchos puede parecerles absurdo ese juego de actores que hacen de actores, porque nadie recuerda que el hijo que hace de actor es un actor en la vida real, que la mujer también lo es, que el único que parece ser quien es, también en la ficción, es el propio Nathan Fielder. Admitimos una taza del caldo, no más. Tal vez Fielder nos trate de decir que todo, la realidad y la ficción, flota sobre una telaraña de convenciones invisibles.

Por otro lado, estas situaciones me recuerdan a una de las enfermedades de nuestro tiempo: el control. Repetimos las fotos, borramos mensajes, hacemos retroceder una película porque no nos hemos enterado bien. Todo está en nuestras manos, menos el tiempo. Tal vez la serie no ayude a estos personajes a ensayar sus vidas. Tal vez nos ayude a nosotros.

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