El mejor Gordo

Pesa, y mucho, el recuerdo de los ausentes, pero fieles a la tradición, aquí estamos dispuestos a celebrar

Estas letras estarán en la calle al mismo compás que los niños de San Ildefonso. Oír de fondo su salmodia numérica es, para la que suscribe, el aviso claro de que estamos en Navidad y con la Nochebuena ya en puertas.

Con la radio o la tele encendidas, a la espera de un Gordo que nunca tocaba, en mi casa empezábamos a preparar la cena del 24. Uno de los pocos días en el año en el que nos reuníamos todos y no es frase. Quienes por estudios o por trabajo andábamos fuera volvíamos siempre a casa, ya se encargaban los de El Almendro de recordárnoslo con exactitud inglesa: “Vuelve a casa, vuelve, por Navidad”. Para todos, pero en especial para mis padres, pasar juntos esos días era ya una auténtica fiesta.

Y cada año se repetían, una y otra vez, las mismas escenas: mi padre disponiendo, con exactitud casi milimétrica, los mantecados, los polvorones, las delicias y los roscos de vino, en una bandeja grande y en otra, más pequeña, los mazapanes, los turrones y las irreemplazables bolitas de coco cubiertas de chocolate, mientras mi madre repasaba, ropa de la camilla en el regazo, su viejo libro de recetas. Parece que la estoy oyendo: “Niña, ayúdame, a ver si se nos ocurre algo novedoso para este año, que siempre ponemos los mismo…”. Al final volvía a triunfar con su sopa de picadillo y su pollo relleno: inolvidables.

Luego iría llegando el resto de la familia: los abuelos, los titos y titas, los primos, los vecinos…, de haber nacido en Escocia a clan no nos ganaba nadie. A menudo se nos unían también amigos, a quienes las fiestas les pillaba solos y que siempre eran bien recibidos en casa, donde siempre hubo –y más en estas fechas– sitio para todos.

Pasaron los años, se nos fueron yendo unos, llegaron otros… y, ley de vida, en cuanto faltaron mis padres, estas celebraciones cambiaron. Aquella manera de festejar la Navidad se fue con ellos, aunque sigue viviendo en un rinconcito de nuestra memoria a la que, de vez en cuando, volvemos para recordárselo a los más jóvenes y alegrarnos por haberla podido disfrutar juntos tantos años. Ahora seguimos festejando estos días con las nuevas familias que hemos ido conformando. Es lo mismo, pero no es igual, ustedes ya me entienden. Pesa, y mucho, el recuerdo de los ausentes, pero fieles a la tradición, aquí estamos dispuestos, de nuevo, a celebrar la Navidad. Hoy, con el dolor y el sufrimiento de tantos golpeándonos la conciencia (imposible cerrar los ojos ante tanto despropósito dentro y fuera de nuestras fronteras) pienso que estar vivos y con salud es el mejor Gordo que podía tocarnos, ¿no les parece? Pues eso. Felices Fiestas.

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