La niebla

A veces nos miramos y pensamos: ¿qué hago aquí ¿Por qué no estoy haciendo otra cosa

De entre todas las imágenes que nos deja la semana, hay un fondo naranja y turbio ante el que tres personas miran a un horizonte invisible. Los tres son turistas de visita en Nueva York, y las verjas o cristales que los separan del aire sucio son las barreras que impiden a los suicidas tirarse desde el mirador del Empire State.

¿Qué hacen ahí? ¿No sabían que desde hace días Nueva York estaba envuelta en esa manta de humo procedente de los vastos incendios de Canadá? ¿Qué esperaban ver? No importa. Hemos venido a la Gran Manzana y vamos a hacer lo que hace todo el mundo, aunque no tenga sentido, aunque sepamos, en el fondo, que no sirve para nada. Algo así debieron de pensar, con los cascos en la cabeza y los planos desplegados, los constructores del mamotreto de Paseo Colón.

Cuántas veces en la vida subimos a estos miradores sin vistas. Estoy seguro de que todos ustedes conocen a alguna pareja de novios o esposos mal avenidos que siguen juntos por los hijos, por su orgullo, por la culpa, por inercia, por joder al otro. O a algún antiguo amigo que quiere seguir siéndolo, aunque cada vez que salen acaban pensando que por qué son amigos, que tal vez sería bueno dejar de verlos, porque son unos pesados o ya no se divierten, o han cambiado mucho o nunca apreciaron su compañía.

No hace falta mirar afuera; también ustedes mismos, reconózcanlo, se han visto en ese tipo de situaciones. Una dieta, el gimnasio, un curso de informática. Somos así, nuestra vida es una búsqueda de sentido, y a veces nos miramos y pensamos: ¿qué hago aquí? ¿Por qué no estoy haciendo otra cosa?

Me acuerdo de ese chiste malo y tonto que tanta gracia me hacía de pequeño. Un joven se presenta a las pruebas para entrar en el ejército. Le ponen un folio y un boli por delante y le piden que escriba los cuatro puntos cardinales. El joven no tiene ni idea, y en un ejercicio de honestidad escribe con letras de palo: NO SE.

Tal vez ese chico llegó a general o a Jemad, me es igual. Lo que me importa es que ese chico llegó lejos sin saber nada. A fin de cuentas, ninguno de nosotros lo sabe, y todos llegamos al final prometido. Todos pasamos años en esos panoramas de la nada, tratando de ver algo, dibujando nubes o pájaros con la imaginación o la memoria, esperando a que la niebla escampe y sepamos lo que buscábamos.

Entonces podremos respondernos, esfinges de nosotros mismos. Sólo se puede vivir hacia delante, pero la vida sólo se entiende mirando atrás, o algo así dijo Kierkegaard. Y llegó al final, como todos.

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