Una de las opiniones más controvertidas del profesor Shamelesses es su teoría sobre la cualidad innata que debe tener para retorcer las palabras cualquier individuo que se dedique a la política. Ese don del que hacia gala el abogado especializado en defender criminales que interpretó Antonio Banderas en Actos de Venganza y le llevó a granjearse el odio del policía a cuya hija habían asesinado. Capacidad que, en opinión del distinguido estudioso, se remonta a tiempos de Aristóteles y se desarrolló como estructura de pensamiento a manos de la Iglesia tras la caída de Roma. Cuando reyes y nobles optaron por la diplomática vía de hacer política machacándose los cráneos en los campos de batalla. Frente a él, los defensores de la escuela semántica sostienen que lo que los detractores de estos discursos critican no es sino un elevado dominio del lenguaje. Un conocimiento profundo de los todos y cada uno de los matices que puede esconder la lengua, que les permite elegir la palabra adecuada en el momento preciso.

Reconozco que soy incapaz de manifestar cuál de las dos corrientes de pensamiento tiene razón. Lo cual me apesadumbra cuando, frente una tostada con zurrapa blanca, abro el periódico para desayunarme la noticia de que la infanta Cristina y Urdangarin han decidido "interrumpir su relación matrimonial". ¿Qué significa eso? ¿Se divorcian o no? ¿Un matrimonio interrumpido es lo mismo que un coitus interruptus? ¿Existe riesgo de fallo y nuevo embarazo? ¿Qué puedo esperar de mi vecina del segundo? Vivo sin vivir en mí y más aún cuando leo la segunda nueva: la Iglesia reconoce "errores de inmatriculación" en un millar de propiedades que previamente había inmatriculado. ¡Vaya por Dios! El tema no es baladí. De ser así, cualquiera de nosotros puede recibir mañana una carta de Presidencia citándonos a una reunión en la que nos comuniquen que han detectado que tenemos una docena de inmuebles que desconocíamos poseer. Si Ana Mato no sabía que tenía un Jaguar en su garaje ni Granados un millón en el armario, cualquiera nos podemos encontrar con varias fincas en Galpagar. Lo que sin duda es un problema. Y no solo porque no tengamos que ponernos para la ocasión, sino porque cualquier piadosa explicación que pudiéramos dar a la ligera podría suponer incumplir, no solo el séptimo mandamiento, sino también el octavo. En cuyo caso, de dos Padrenuestros y tres Avemarías no nos libraba ni Dios.

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