Entre bambalinas

De todo lo invisible

  • La estampa, junto a la ermita de Zamarrilla, invita a pensar que la fe no es tan barroca y sí que iguala en nuestra versión más sencilla

Una mujer reza ante el azulejo de Zamarrilla.

Una mujer reza ante el azulejo de Zamarrilla. / Daniel Ruiz

En el silencio de la noche que invade un poco antes la ciudad, escondido en un rincón oculto para la vista de quienes no acostumbran a mirar hacia los lados. En la línea Maginot que es calle Mármoles, donde se entrecruzan la blanca ermita y el gran portón rojo, el Cristo de los Milagros y la Virgen de la Amargura aparecen en un retablo cerámico a modo de capilla improvisada y abierta las 24 horas. Frente a ellos una mujer, cubierta por una FFP2, incapaz de despegar su mirada de las imágenes. Probablemente rezando, pidiendo o agradeciendo, nadie lo sabe: su discurso es imposible de escuchar y su boca, por mor de la pandemia, un misterio. Pero hay algo imposible de ocultar al espectador.

La fe en tiempos de pandemia ha variado en sus formas pero mantiene su fondo. La conciencia sanitaria lleva a no abarrotar los templos para rezar incesantemente ni se realizan procesiones de rogativas multitudinarias. Sin embargo, los diálogos que se establecen con Cristo son más intensos aún. El pueblo fiel ha dejado atrás los otrora altos niveles de analfabetismo pero conserva la intensidad de su diálogo. Por cierto, la foto que inspira e ilustra este artículo es de Daniel Ruiz, ubicado en el lugar preciso para inmortalizarlo.

Y de esta unión de casualidad y fe sincera podemos aprender mucho los cofrades. Sin procesiones desde febrero, abstemios de devoción en los templos durante los meses más duros de la pandemia, con apenas retazos de imágenes iluminadas por el sol de la calle. Pero la fe sigue subsistiendo y siendo el mástil al que agarrarse cuando la tormenta sigue azotando.

Los sentimientos se magnifican cuando nos deshacemos, aunque sea temporalmente, de la rutina. Apenas unos instantes valen para ponernos frente a Él y que nuestra fachada exterior se rompa en mil pedazos. Saca a relucir nuestra verdad, nos convierte en la versión más sencilla, nos iguala. Acaba con los títulos y los cargos y nos demuestra que sigue existiendo esa fe que nos parecía reducida a cenizas. Ni la Iglesia ni las cofradías morirán mientras haya quienes recen a una pequeña estampa de esa imagen que aún le reconforta cuando siente que la angustia le invade. Tampoco mientras haya personas dispuestas a seguir su mensaje.

Por eso tenemos la misión de salir a la calle a seguir siendo los brazos que apoyan en el desconsuelo y acercan al pueblo a sus vehículos de devoción. La ocasión que brinda esta pandemia es la de construir un sendero que garantice el futuro y sea reflejo del Dios de nuestros mayores, dejando el elemento barroco sólo para cuando corresponda. Puede que, en un tiempo, no podamos ver al Señor de Málaga surcar el puente de la Aurora ni a la Virgen de la Esperanza abriéndose paso por una alfombra de romero, pero quedan muchas oportunidades para seguir haciendo posible que tenga sentido volver a pisar las calles. Por todas aquellas personas que nos esperan y que, también hoy, requieren de nuestras manos.

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