La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Martínez, y basta

Martínez, sobre el paso, cuidando a su Esperanza como Ella le cuida ahora, gozando aquí de lo que ya goza en el Cielo

Entre 1964 y 1985 fue muchos años prioste y mayordomo en las juntas de gobierno presididas por Delgado de Cos, Miura y González Reina. Fue Camarero del Señor de la Sentencia y Hermano de Honor de la corporación a la que dedicó todos y cada uno de los días de su larga vida desde que ingresó en ella, con siete años, en 1942. En lo que de los hombres y las corporaciones depende recibió, ejerció y disfrutó las más importantes responsabilidades y reconocimientos que una hermandad puede ofrecer y otorgar. Siendo las responsabilidades para él mucho más importantes que los reconocimientos –que también agradeció, sobre todo cuando tuvieron un sentido de justa reparación– porque nada puede satisfacer más a quien ama algo con todo el corazón que poder servirlo.

Y vaya si este hombre amaba a la Virgen del Rosario, al Señor de la Sentencia, a la Virgen de la Esperanza y a la hermandad que tan ejemplarmente los cuida y tan magnífica y generosamente se los da a Sevilla para que nadie conozca noche sin amanecer, despedida sin reencuentro y muerte sin seguridad de vida eterna. Tuvo, por encima de todos los demás, el privilegio de servir a la Esperanza única de los mortales. Y lo ejerció con la determinación de su fuerte carácter, convirtiéndose en uno de los nombres fundamentales de su hermandad –lo que es también serlo de la Semana Santa de Sevilla por lo que esta dona y representa– en la segunda mitad del siglo XX.

Pero tengo para mí que su mayor recompensa fue ser querido y respetado por cuantos algo sabían de la historia de su hermandad, que su autoridad fuera reconocida y su opinión pesara estuviera dentro o fuera de la junta gobierno, que le bastara su apellido como carta de nobleza macarena otorgada por su devoción, su conocimiento y su dedicación: Martínez. Con M de Macarena, con M de Mercado, con M de Madrugada, como escribió Antonio Burgos. Martínez, y basta.

Los macarenos –servidores, hermanos o devotos– son los únicos mortales que gozan aquí de lo que gozarán en el Cielo, que ven con ojos mortales lo que solo pueden ver los gloriosos. Ayer, ilustrando la noticia de su fallecimiento, este diario publicó una foto de sus muchos años de prioste en la que se le ve sobre el paso, ante la Esperanza, contemplando absorto su cara. Exactamente así está y vive ahora, cuidado por Ella como él la cuidó. Díganme quien puede fotografiarse, en vida, como estará en la gloria.

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