Al final del túnel

José Luis Raya

Café y cerveza

Los amantes de la cerveza y el café, de la buena cerveza y el buen café, solemos ser castigados en muchos bares y restaurantes con análisis de orina y agua sucia de fregar el suelo. Esta peculiar forma de proceder se dispersa por muchos puntos de Andalucía y España. Normalmente los hallamos en algunas barriadas periféricas: vestigios de nuestra protohistoria.

Lo mismo que cuando pruebas un buen vino, ya no deseas el baratito del supermercado. Aunque tirar bien la cerveza y servir un denso y espumoso café no difiere mucho del precio. Y si hay que subirlo un poco, pues que suba. Es preferible eso a dejar a medias el análisis de orina.

Cuando te han puesto un café en Italia y has probado una auténtica cerveza, alegre y espumosa en Sevilla o Madrid, te das cuenta de que todo es posible y que hay más vida y emociones fuera de esos cafés o cervezas, que parecen salir del exilio. Es lamentable que una potencia turística como Málaga no se esmere en esto y sigan determinados establecimientos obstinados en crear estos fetos acuosos. También sería interesante que se recurriera a las escuelas o institutos de hostelería para contratar trabajadores. Tenemos la falsa creencia de que todo el mundo vale para servir o trabajar en un restaurante: nada más lejos de la realidad.

Algunas veces llega el camarero con la camisa llena de lamparones o despeinado. Otras veces es sumamente antipático y otras se pasa de la raya mostrando excesiva confianza con unos clientes que no conoce de nada. He de admitir que este salero a mí no me molesta, pero hay gente muy suspicaz.

Las costumbres mediterráneas sustentadas en el griterío podrían alterarse también un poquito, hay bares que son realmente ensordecedores. Cuando viajas caes en la cuenta de esto último. Todos hemos notado lo a gusto que se está sin tanto estruendo en un bar concurrido por guiris. Supongo que podríamos acostumbrarnos a bajar los decibelios, lo mismo que ya no se puede fumar dentro. Todo el mundo se ha adaptado perfectamente.

Lo dicho, hay que cuidar la presencia, los modales, la limpieza y no hablar a gritos. Y sobre todo, sobre todo, que tiren bien la cerveza, con esos estratos de nieve blanca que se quedan marcados en la copa escarchada a cada sorbo. Y luego, te quedas observando cómo ascienden esas burbujitas alegres y chispeantes. Y, por último, hagan buen café: denso, sabroso y con su espumita. La felicidad, a veces, es muy sencilla y no cuesta tanto.

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