Promesas en París | Crítica

Alta política (municipal)

Isabelle Huppert en una imagen de 'Promesas en París'.

Isabelle Huppert en una imagen de 'Promesas en París'.

El futuro y la renovación del degradado barrio de Les Bernardines, en el cinturón urbano del Gran París, dependen de una compleja estrategia municipal orquestada por la alcaldesa del distrito (Isabelle Huppert) y su jefe de gabinete (Reda Kateb), criado en esas mismas calles.

Promesas en París se despliega así entre el retrato de las condiciones de vida de esas viviendas, muchas de ellas explotadas como pisos patera, los esfuerzos de los líderes vecinales por trasladar las demandas de inversión y rehabilitación, las extorsiones y abusos de las mafias de la zona, pero sobre todo en el periplo zigzagueante de esa alcaldesa y su ayudante en sus movimientos y estrategias contaminadas por las aspiraciones de poder en esferas más altas próximas al gobierno.

El filme de Thomas Kruithof (Testigo) le toma el pulso a la actualidad y se suma así a esa fértil veta del cine francés sobre la política (no hace mucho veíamos la interesante y premonitoria El mundo de ayer), fiel a una inmersión en sus dinámicas y peajes, pero también a cierto sentido del suspense propio del cine de género que engrasa a velocidad de crucero su mecanismo de denuncia.

Las prestaciones de Huppert y Kateb son de largo el mayor reclamo y el mejor motor para el funcionamiento de este thriller de suburbios, despachos, subvenciones, promesas electorales, traiciones y puñaladas por la espalda que nos devuelve las claves, laberintos, peajes y dinámicas de la política real y nos regala incluso un leve soplo de optimismo después de la batalla.