Vincere per noi

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El Málaga tiene la opción de certificar, en un marco histórico, tanto su clasificación a los octavos de final como la primera plaza, según empate o gane. El equipo de Pellegrini quiere recuperar su chispa europea ante un Milan que empieza a evidenciar síntomas de mejoría.

Imagen panorámica del estadio de San Siro ayer, con Manuel Pellegrini de charla con sus jugadores.
José L. Malo / Málaga

06 de noviembre 2012 - 05:02

Hace siete años que se apagó el ruido de la Fossa dei Leoni. Sus bengalas rojas, las cintas negras, componían la imagen recurrente de los grandes partidos de San Siro. De allí emanaba el rugido del sentimiento milanista. Considerado el grupo de animación pionero en Italia y fuente de inspiración para los demás, llegó a aglutinar a 15.000 fieles hasta que algún enfrentamiento y disgregaciones llevaron a su disolución. Los jugadores del Milan les rendían pleitesía. Árbitros, aficiones visitantes, fotógrafos y hasta narradores no podían evitar someterse a su embrujo. Entre gigantes tifos y humos de colores, una pancarta nunca faltaba: Vincere per noi. Ese mensaje lo hereda el ejército blanquiazul de casi dos mil personas que hoy representa al malaguismo en el coliseo rossonero. Vence por nosotros, ellos serán los que lo griten hoy.

Si jugar contra los de Allegri hace dos semanas suponía imbuirse de lleno en la magia de la Champions, transportar la revancha al admirado Giuseppe Meazza quedará para los restos en la historia del club. Es el séptimo estadio de élite que pisa el Málaga, pero nunca se enfrentó a un rival y escenario tan temibles a la par. Un equipo pequeño iría a a hacerse fotos en el estadio para contárselo a los nietos; este Málaga insaciable quiere plantar bandera donde galopaba Rijkaard, asesinaba Van Basten y Baresi hacía el silencio. Cuesta decidir si es la camiseta lo que mueve la energía de los tifossi o si es el propio estadio el que contagia a los suyos ese aire de romántica soberanía. Salir vivo de San Siro se festeja como los esclavos que sobrevivían al escarnio del Coliseo.

Claro que la hazaña sería doble para el Málaga si no le bajan el pulgar. Sería certificar el pase a los octavos de final de la Champions. Oficial o virtualmente. La matemática tiene una doble vertiente: si el equipo blanquiazul gana y no lo hace el Zenit, subirá al chárter como líder definitivo a pesar de que queden seis puntos por jugarse. En Rusia llegaría el segundo matchball. Sin embargo, el mero empate le vale para clasificarse sin necesidad de mirar a Rusia. Es la consecuencia del brutal arranque y de que Zenit y Milan tengan que enfrentarse entre ellos en el último partido de la fase de grupos.

Aun con la derrota en suelo transalpino, mantendría su puesto de privilegio y, aunque ello le llevaría a un partido caliente en el hielo de San Petersburgo, pasara lo que pasara afrontaría en La Rosaleda la última jornada contra el Anderlecht dependiendo de sí mismo para meterse, incluso como primer clasificado. Cábalas de un equipo cuyo linaje en Europa es de acero inoxidable.

El talante es ese, desde luego. El Málaga de Pellegrini no sabe de cuentas, sino de fútbol. Se guarda el respeto para las declaraciones y los regates para el campo. Impone San Siro, sí; también el fútbol desatado de los blanquiazules. Ese que ha menguado en los últimos encuentros, pero que aún no se ha visto por Europa. Invicto e imbatido. Los gritos de la grada llegarán al cogote de Caballero, el portero más temible de Europa en estos momentos. La prueba de fuego para él y el entramado defensivo es tremenda. Además, la paradoja es que la derrota del Milan en Martiricos le ha hecho levantar cabeza. Dos triunfos desde entonces y un palpable repunte en el juego. Apilará hombres de ataque el Milan. Montolivo, Bojan, El Shaarawy, Pazzini. Están en fase de despojarse de su tristeza los de Allegri, a la inversa que el Málaga. Al menos regresa Toulalan, que no será titular pero siempre impone. A unas horas de que empiece el choque, los seguidores desplazados sueñan con conocer ese estadio. Con derrotarlo no sueñan, ya saben que su equipo se divorció de la palabra imposible.

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