Calle Larios

Y la Alameda estaba ahí

  • Sucede a veces que los lugares de paso, reconocidos como tales desde siempre, albergan otros valores anulados o invisibles

  • Sacarlos a la luz es la mejor manera de hacer ciudad

En la Alameda encontramos dignamente respetado el derecho a estar sin hacer nada. Y conviene celebrarlo.

En la Alameda encontramos dignamente respetado el derecho a estar sin hacer nada. Y conviene celebrarlo. / Daniel Pérez / Efe (Málaga)

Como siempre en estas cuestiones, cada cual puede tener sus razones para considerar inapropiada, equivocada o directamente fracasada la nueva Alameda Principal. Y habrá que tener en cuenta estos discursos: lo bueno de la metamorfosis urbanística es que la disparidad de argumentos está garantizada, y que nunca, por tanto, faltará leña para mantener vivo el debate; lo que, por más que pese a quienes echan de menos el dogma de antaño, siempre resultará positivo y permitirá abrir caminos y tentativas que de otra manera quedarían bajo la más estricta clausura. En Málaga, una ciudad sin terminar y que, previsiblemente, tanto por su morfología como por sus múltiples posibilidades de rendimiento social (social, subrayo), no llegará a estar terminada nunca, los debates son por tanto oportunos, necesarios y además de fácil actualización: raro es el día en que no amanece un rincón distinto sobre el que podamos verter elogio o escarnio. Volviendo a la Alameda, estas semanas he podido leer todo tipo de opiniones y comentarios contrarios a la intervención llevada a cabo en el área y ya inaugurada a pesar de que su culminación esté aún pendiente de resolución (sí, pero qué sería de Málaga sin estas paradojas, más representativas de su identidad que cualquier cliché o símbolo malaguita de tres al cuarto). Todas estas valoraciones, insisto, tienen sus razones, muy válidas. Pero lo cierto es que a mí la Alameda me gusta. No pecaré, como Leibniz, de calificarla como la mejor de las Alamedas posibles, aunque quién sabe; pero lo que no resulta difícil considerar, al menos, es que tenemos aquí una actuación que apunta a una dirección deseable, un modelo de reinvención urbana de la que, si cundiera en otros entornos, Málaga podría salir muy beneficiada. Mi impresión como paseante es que contamos en el centro, al fin, con un lugar pensado para ciudadanos, no para clientes. Inclúyanse en esta categoría ciudadana todos los turistas que así lo deseen, que por mi parte serán bienvenidos gustosamente; lo importante es que esta Alameda ha abierto una vía en la que se puede estar sin más razón que estar. En la que se pueden hacer otras muchas cosas, pero también quedarse un rato sin consumir ni hacer nada, y al fin este derecho a estar sin hacer nada encuentra una respuesta a la altura en Málaga, lo que no es precisamente poco. Me refiero, sí, a esta Alameda con fuentes, tan largamente reclamadas, tanto para peatones como para mascotas y animales de la autóctona fauna malagueña; con asientos en los que pararse un rato a descansar sin más motivos, y que de hecho ya son sabiamente ocupados cada día por propios y extraños; y con su abundante superficie de sombra natural en sus amplias hechuras y recodos. Luego, sí, vendrán los pesados de siempre con sus patinetes y a lo mejor algún hostelero se extralimita en la disposición de su terraza, pero aquí la cuestión es otra. Hay, tal vez, un cambio de rumbo en la idea adoptada para la ciudad. Y conviene celebrarlo.

He aquí, en pleno centro, un lugar pensado para los ciudadanos, no para los clientes

Insisto, aún más: hay a quien no le han gustado los puestos de flores, que por otra parte no son más que esto, puestos de flores. Pero incidir en los quiosquitos románticos decimonónicos no habría tenido mucho sentido en esta Alameda, y en este sentido tal vez la opción servida, con sus cubos y todo, no sea la peor de cuantas pudieron darse, ni mucho menos. Pero donde más acertada me parece esta renovada Alameda es en el descubrimiento que permite hacer de la misma calle. Desde que tengo uso de razón, la Alameda ha sido un lugar de paso, gris, invisible y sin alicientes, poco más que un andén para autobuses; ahora, con su nueva amplitud, es posible ver la Alameda en todo su esplendor, disfrutar su arquitectura (donde tampoco faltaron atentados vergonzosos en su momento, pero donde también hay construcciones dignas de admiración y estudio), su luz, su ofrecimiento al pie mientras se da un paseo sin más. Resulta que la Alameda Principal estaba ahí. Y por mi parte ha sido un gozo descubrirla. Ahora, toca ganársela.

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