Calle Larios

Como castañas en julio

  • No siempre es fácil adaptarse a las exigencias de la Málaga mutante

  • Lo curioso es que las tradiciones ganen adeptos cuando las mismas tradiciones cambian de la noche a la mañana

El día en que esto se ponga de moda y los turistas lo reclamen, habrá castañas en julio. Y ya estaremos preparados

El día en que esto se ponga de moda y los turistas lo reclamen, habrá castañas en julio. Y ya estaremos preparados / Javier Albiñana (Málaga)

Esta semana han vuelto los puestos de castañas, con su encantadora humareda y el ritual eterno vinculado al otoño. Y entraban ganas de subirse un cartucho a casa, o a la redacción, para disfrutar los dos euros mejor invertidos en la historia de la economía mundial (esperemos que Trump nunca descubra tan saludable producto y evite así la tentación de los aranceles). La liturgia que rodea al consumo de las castañas, con el papel caliente entre las manos, las puntas de los dedos negras después de pelarlas y la ocupación masiva de la mesa, en toda su extensión, acumula siempre matices domésticos, de reencuentro, memoria y conformidad franciscana con lo poco. Pero tan idílica reparación se agrieta un tanto cuando observas que el termómetro marca 37 grados a las cinco de la tarde y adviertes que cuando caiga la noche apenas se habrá quedado en 32. Así hemos vivido esta semana, con la evidencia del otoño anclada en el calendario y la del verano pegada a la camiseta. Digamos que echarse a la talega un puñado de castañas recién salidas de las brasas cuando sientes la frente vertida como el Niágara no es lo que más apetece; pero cómo renunciar al mismo tiempo a este placer, efímero y humilde, al que, sencillamente, no estamos dispuestos a renunciar. Hablan algunos expertos, los más conciliadores, de veranillos de San Miguel; otros, los más alarmistas, con querencia a la columna y la politología, activan las alertas del cambio climático, de la inversión fatal de las tendencias, de las emisiones a la atmósfera y de la atención debida a Greta Thunberg. Yo sólo puedo dar la razón a unos y a otros: seguramente, todo funciona como siempre y todo cambia a una velocidad endiablada, principalmente a peor; y supongo que madurar consiste en aceptar que ambos fenómenos coinciden sin exclusión, con naturalidad, aunque comulgar con esta ley es una opción casi obligada, por mera supervivencia, en esta Málaga mutante en la que conviven las limonadas fetén y las castañas, las playas todavía frecuentadas y las primeras rebecas sacadas del ropero. Hace un par de días, de hecho, pasaban tres guiris jovencitos y flacuchos recién salidos del hotel, descamisados y en bañador, con sus toallas al hombro, junto a uno de estos puestos mientras su propietario volcaba las primeras castañas al fuego. Y se quedaron los tres embobados observando el procedimiento, como si de conjuro de santería se tratase, aunque bien que se abstuvieron de llevarse un cartucho calentito a la soleada Malagueta. La cuestión, pensaba, es que si de pronto esto se pusiera de moda, como los yogures helados, ya se encargarían de variar la producción para garantizar que hubiese castañas en julio, porque si algo buscan los cruceristas, además de Picasso, son experiencias típicas, y nada hay más típico que esto. Pero mejor no demos ideas. Al menos, de momento.

Eso sí, como escribió Numhauser, así como todo cambia, que yo cambie no es extraño

Supongo que al final uno echa de menos en su sentimentalidad primaria veranos que sean veranos e inviernos que sean inviernos; lo que tenemos, a cambio, es esta alternancia de estío sofocante y plácido entretiempo con una estacionalidad cada vez menos subrayada. Pero lo que importa, por encima de casi lo que sea, es la pervivencia de la temporada alta, del gancho continuo, de la promoción infinita. Ya tenemos Semana Santa todo el año, festivales de cine (gala de los Goya incluida) todo el año, el centro convertido en una Feria todo el año, el binomio playa / museo abierto todos los días del año. Así que habrá quien considere un triunfo la invasión del otoño, y con él sus castañas, a manos de un verano insaciable. Es curioso que cuando más difícil parece establecer una tradición en Málaga aparezcan por todas partes nuevos fieles a estas tradiciones, que en realidad incorporamos hace dos días (con perdón) y ya son imprescindibles. No siempre es fácil adaptarse a esta categoría mutante, pero resistirse es, directamente, un asunto de necios. Eso sí, como escribió Numhauser, así como todo cambia, que yo cambie no es extraño. Málaga será pronto una ciudad llena de hoteles-rascacielos que habrá que llenar a toda costa, así que conviene ir preparándose, porque la fiesta no ha hecho más que empezar. Encuentro una rara complicidad en aquellos versos de Horacio, ¿Quién sabe si los dioses de arriba añadirán todavía mañana un tiempo a la cuenta de hoy? Bajo a por castañas.

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