Muere el fiscal Antidroga de Málaga durante 20 años, Gabriel Gómez

Teniente fiscal y coordinador de la sección Antidroga de la Fiscalía, ha fallecido apenas unos meses después de jubilarse

Gabriel Gómez Ruiz de Almodóvar, en una imagen tomada en 2009.
Gabriel Gómez Ruiz de Almodóvar, en una imagen tomada en 2009.
Encarna Maldonado Málaga

15 de septiembre 2015 - 01:00

Gabriel Gómez Ruiz de Almodóvar (Granada, 1945), uno de los fiscales de mayor trayectoria y prestigio de Málaga, murió ayer, apenas unos meses después de jubilarse. Teniente fiscal y fiscal Antidroga desde 1993, se instaló en Málaga en 1977. En una entrevista publicada en este periódico en 2009 recordaba que llegó a esta ciudad "con muchísimas reticencias, pensando que sería un paso fugaz". Sin embargo, se quedó. "Mis hijos y mis nietos son malagueños. Yo me siento malagueño", confesaba. Aquí se construyó como un fiscal de raza, de profundidad jurídica y discurso valiente, dotado de personalidad arrebatadora y verbo certero.

Hizo de la lucha contra el blanqueo de los capitales procedentes de las drogas un objetivo. Explicaba que las redes organizadas solo se pueden dañar si se golpean sus estructuras económicas y patrimoniales. En esa guerra obtuvo sonadas victorias y algunas derrotas. En este sentido lamentaba el esfuerzo y el tiempo invertido para hacer comprender a los tribunales los delitos económicos, lo mucho que costó que aceptaran una prueba indiciaria y la levedad con la que se castiga el lavado de capitales frente a los delitos comunes. "Vender unas papelinas de cocaína en un bar tiene muchísima más cárcel que traficar con 20 toneladas de hachís", decía.

Vivió momentos de gran exposición, como a finales de los años 80 cuando instó la prisión preventiva para el ginecólogo Germán Sáenz de Santamaría por desacato, y de gran tensión, como sucedió en el juicio por el caso FARA, en el que se dilucidaban amenazas y coacciones en la federación gitana relacionadas con subvenciones públicas.

Su carrera fue formalmente reconocida en 2010 cuando le fue impuesta la cruz de honor de San Raimundo de Peñafort. Fue fiscal después de ser juez. Solo estuvo en la judicatura cinco años y la abandonó porque no quería ni podía vivir en los pueblos remotos a los que eran enviados los jueces jóvenes. Decía de sí mismo que era un "animal de ciudad". Vivió con pasión, pero también sufrió con desgarro. Quizás por eso Málaga nunca fue un destino fugaz, sino el destino. "Es de las mejores del mundo para vivir por su clima, por la forma de ser alegre y gastosa de los malagueños", decía en 2009.

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