Discapacidad

Treinta años no son nada

  • Aunque sea difícil, no podemos ni debemos olvidar nuestro ayer porque nos dice de dónde venimos, porque nos posiciona en un presente y nos argumenta decisiones de futuro

TREINTA años no son nada". Así dice una pegadiza canción que en estos días podemos oír en algunas cadenas de televisión. Aunque a veces no somos conscientes de lo que significa el tiempo, es de las pocas cosas cuantificables que pasan desapercibidas. Mentiríamos como bellacos si dijésemos que podemos resumir treinta años. No podemos. La cantidad de cosas que ocurren a diario hace que el ayer sea cada vez más lejano. Y no podemos ni debemos olvidar nuestro ayer, porque nos dice de dónde venimos, porque nos posiciona en un presente y porque nos argumenta decisiones de futuro.

Pero nuestro futuro no se construye con las ideas y recuerdos del ayer, nuestro futuro se basa en los anhelos de nuestro presente, en cubrir las necesidades de hoy, aunque recordemos con nostalgia que en nuestro ayer las cosas eran diferentes. Nací en un periodo oscuro, del que no recuerdo nada, y me crié en libertad, en paz, por la que lucharon muchos del ayer, para que vivamos hoy muchos como yo, que a la vez, debemos construir un mañana mejor.

Más igualitario para todos, más homogéneo en una sociedad cada vez más heterogénea, donde las libertades están aseguradas por un marco normativo basado en el consenso. Y en estos treinta años han cambiado muchas cosas, hemos evolucionado, mejorado, nos hemos convertido en ciudadanos europeos, hemos irrumpido en el primer mundo, dejando de salir para tener que trabajar, alojando ahora a miles de ciudadanos que encuentran en nuestro país el alimento que se les niega en sus patrias.

Y en este largo caminar se ha producido un avance por encima de todos los demás. Hemos contribuido a quitar una venda que oprimía a más de la mitad de nosotros. Pero aún no hemos conseguido despejar los obstáculos del camino, aún hoy, treinta años después, podemos contemplar cómo se vulneran los derechos de más de la mitad de nosotros.

Por ello, debemos no sólo quitarnos la venda que no nos dejaba observar, sino que también debemos romper las cadenas que no nos permiten caminar juntos. Quizás sólo de ese modo podamos oír las mismas cosas y podamos gritar ante las necesidades que aún tienen más de la mitad de nosotros.

Y aunque treinta años no son nada, nos ha dado tiempo de aprender de quien más ha luchado, de quien nos ha criado, de quien en silencio ha gritado "¡basta ya!".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios