El blues de los despojos

Jueves de Feria

Todo es muy bonito hasta que se pisa un charco de meado en una callejuela. No es sólo una cuestión de cantidad, sino también de la calidad del ciudadano. Otros vendrán a barrer el rastro.

Las doce en punto de la noche. Hace justo seis horas que se dio por terminada la fiesta en la calle. En teoría, claro. Nada más lejos de la realidad. Un día cualquiera, a estas horas, el centro se va desocupando con una cadencia más lenta de la que llena el territorio noctámbulo de Cortijo de Torres. Y con la huida de los invitados se deja al descubierto las marcas de sus huellas. No sólo quedan basuras en cualquier rincón -o en mitad de una calle cuando no hay vergüenza-, restos de vómito o manchas pegajosas de bebida derramada. Los efectos del alcohol sin medida destapan a zombies de los que huyen los sobrios, a pies que se arrastran hasta algún medio de transporte, a maquillajes corridos y lenguas de trapo. La versión menos buena de cada uno sale del agujero para asomarse cada madrugada a la Alameda Principal.

Dos amigas cantan la canción de Ronaldo mientras atraviesan la portada en el sentido inverso al que lo hicieron por la tarde. Todavía llevan botellas en la mano. Los vestidos de volantes se han cambiado ya por el uniforme azul y amarillo reflectante de los operarios de Limasa obligados a barrer el rastro. Un chico busca apurado un cajero, una joven pregunta por el autobús que la llevará al recinto ferial y una mujer acelera el paso, no le gusta el olor que se respira en la noche, ese tufo de inseguridad para los que caminan solos, evitando grupos demasiado ebrios, capaces de acercarse más de lo debido, de atravesar la zona de seguridad para gastar una broma. Alguien pasa por la Alameda corriendo como una exhalación en busca del medio que la devuelva a la seguridad de su casa. Otros esperan con impaciencia en la cola del taxi. Como todos los días son incapaces de andar unos metros y alejarse para parar alguna luz verde. Aguardan como anclados al asfalto.

En la farmacia de la esquina siempre hay cola y más de uno se pregunta si sólo buscarán algún profiláctico para el ligue de última hora o preguntarán más bien por algún remedio para poder hacer frente al lado oscuro de la borrachera. "Si hubiera bebido menos, si me hubiera parado una copa antes", se repetirá más de uno mintiéndose a sí mismo al prometerse que será la última vez. Cargados van los autobuses articulados camino del otro lugar de fiesta, en el que ahora todo comienza. Igual de llenos van los camiones de basura, los que intentan reducir los residuos de la fiesta. Porque todo es muy bonito hasta que se pisa un charco de meado en una callejuela.

Servilletas de papel, abanicos de cartón, cabezas de gambas, vasos de plástico, latas, trozos de pan, colillas, botellas vacías, cervezas sin terminar, bolsas que se mueven solas aunque no sople más que una pequeña brisa más bien caliente. Innumerables son los despojos de la falta de civismo, la que que deja la cara más fea de la diversión pegada a las baldosas desde las primeras horas de la tarde. Aunque en la plaza de las Flores las canciones y el buen ambiente propuesto por la Free Soul Band inviten a entrar un fuerte olor a vómito le da al cerebro la orden contraria. Hay que respirar hondo y adentrarse con el asco contenido. Entonces se llega al borde del escenario para comprobar que son muchísimos los que reniegan de su pituitaria durante estos días. Centenares de hombres y mujeres, de la treintena a la cincuentena -décadas prodigiosas-, disfrutan, bailan, beben y se encuentran en esta plaza que aún mantiene el tipo.

Otros lugares no tanto. Los alrededores de las papeleras y de las cajas de basura puestas para estos días ya tienen restos indisolubles de los residuos generados por tanto público concentrado en tan poco espacio. Aunque, seamos serios, no es sólo cuestión de cantidad sino de calidad y la de este ciudadano deja mucho que desear. Ahora en Feria y casi siempre. También es justo decir que la insensibilidad no es generalizada. No siempre la batalla está perdida. Hay quienes guardan el tapón de la botella en el bolsillo.

A las 17:00, cualquier día, la parte central de la plaza de la Constitución se podría parecer a un vertedero. El suelo encharcado se convierte en una suerte de ciénaga, una prueba peligrosa de pasar para los que usan sandalias. Hay bolsas, restos de comida, botellas y vasos en los bancos, entre los pies de los que bailan. Pero en la calle Granada un chico se termina su vaso y lo tira a un contenedor para hacer ver que hay esperanza y que tanta concienciación, algún día, nos llevará por mejor camino.

El malagueño de antes quería poco a su tierra. No le importaba demasiado ensuciarla, sacar la mano por la ventanilla del coche para tirar el cigarro, usar la calle de papelera. Ya parece que se ha entendido el mensaje, que la ciudad la vivimos también, que es una extensión de nuestro hogar. Luego llegaron las mascotas en las casas y con ellas la regresión. Pero los límites se relajan en fiestas y si se intenta encestar sin éxito un vaso en la basura, se deja donde ha caído y tiene que ser una vendedora de Cartojal la que lo devuelva a su sitio.

En la calle San Telmo, el olor de un pequeño arroyo delata que no es precisamente de agua, sino que el callejón es utilizado por ellos como urinario. Y muy cerca, en la plaza Jesús de la Pasión una chica vomita su mareo de alcohol y calor. Sus amigas, preocupadas, le sujeten el pelo y valoran qué hacer ahora. Un día cualquiera podemos subir al cielo y descender tan rápido como en uno de los carricoches del Real. En la plaza del Carbón dos concursantes de Masterchef bailan con una banda que toca sin escenario y provocando momentos de juerga improvisada. Dedos levantados, saltos al unísono y a vibrar con Satisfaction. Si él cubalitro de mojito que beben unas amigas vuelve a llevarse y a vaciarse, a llenarse y vaciarse otra vez, quizás ellas también tengan un agrio final de fiesta. Pero para eso todavía es pronto. La inconsciencia etílica anima a pensar que la caída no llegará jamás. A pesar de todo, quizás mañana tengan resaca.

stats